Hablemos de igualdad, y de desigualdad. Para ello, comencemos haciendo un repaso rápido de dos formas de injusticia:
- Tratar diferente a lo que es igual. Ésta es fácil de ver.
- Tratar igual a lo que es diferente. Ésta es más sutil porque además suele ir disfrazada de un intento para evitar la injusticia anterior.
Con esto ya vemos que antes de decidir cómo tratar dos casos diferentes hay que conocer bien los detalles. Si hay personas implicadas, estos detalles incluyen obligadamente conocimiento de qué decisiones han tomado que les han llevado hasta su situación actual. Esos matices determinan que ambas situaciones sean iguales o diferentes.
Hablemos ahora de igualdad, porque aunque no sea lo mismo, creo que hay una cierta relación estructural y profunda con lo anterior en el modo en que erramos al buscarla. En nuestra sociedad y en relación a nuestra ocupación profesional podemos lograr dos formas fundamentales de igualdad:
- Igualdad de oportunidades. También podemos decir libertad de elección. Que todos podamos elegir libremente lo que hacemos, a lo que nos dedicaremos profesionalmente. Solemos resumir esto como la libertad de elegir qué estudiamos. No es más que un corolario a la libertad de hacer con nuestra vida lo que queramos, y que por suerte en los rincones del mundo libre en que vivimos es una realidad.
- Igualdad de resultados. Esto viene a resumirse en que, independientemente a todos los demás factores, incluida nuestra decisión sobre la cuestión anterior de qué estudiamos, todas las identidades (vivimos en tiempo de tribalismo) estén igualmente representadas en cada categoría profesional. Huelga decir que aquí utilizar igualdad es semántica de combate, es mucho más certero utilizar el término uniformidad de resultados. He usado igualdad porque es el término que se suele utilizar todo el día en medios, para facilitarles la ubicación en esta reflexión.
Cuando nuestros medios y nuestros políticos hablan de igualdad, cuando lamentan que hay pocas mujeres en profesiones STEM, suelen referirse a la igualdad de resultados. Esto es, a la uniformidad de resultados.
Se obvia que conseguir esa uniformidad cuando hay una disparidad enorme y manifiesta en las elecciones de las diferentes personas requiere favorecer a un grupo en detrimento de otro. Por ejemplo si quisiésemos 50% de médicos hombre cuando muchos menos hombres eligen estudiar medicina, o 50% de ingenieras cuando muchas menos mujeres eligen estudiar ingeniería.
Así, la persecución sin pausa de una uniformidad en los resultados de nuestras elecciones es incompatible con la ausencia de privilegios tribales cuando decidimos qué queremos estudiar. Marcarnos esa uniformidad como objetivo conllevará la toma de decisiones injustas en las que se favorece a unas personas a costa de otras y en base a una identidad tribal.
Luchar por la libertad de oportunidades es clave, porque es la auténtica libertad. Luchar por la uniformidad forzada de resultados es la destrucción de la libertad y de la meritocracia. De meritocracia hablé al hilo de la corrupción académica consentida en España hacia sus políticos, el peor problema de corrupción de nuestra democracia y que es perdonado sistemáticamente por la ciudadanía. Fiel reflejo de la sociedad española.
Luchar por la defensa en base a criterios identitarios es una vez más tratar a las personas por lo que son y no por lo que hacen en el mundo. Cuando reseñamos El Manifiesto ciborg, ese texto pretendidamente post-identitario pero que resulta esencialmente tribal y que ya reseñamos aquí hace más de una década, ya hablamos de ese error terrible.