Nation, de Terry Pratchett

Portada de Nation, de Terry Pratchett

Compro libros. Compro más libros de los que me da tiempo a leer, a veces por puro voluntarismo -me engaño a mí mismo pensando que en el futuro podré leer más libros por unidad de tiempo de los que leo ahora, supongo- y otras veces para habilitar, más adelante, la serendipia. La serendipia de tener en la estantería un libro que, a veces, uno contempla como parte del atrezzo sin prestarle mucha atención hasta que se cruza de nuevo en tu camino para traerte cosas nuevas, conocimientos o aventuras; o ambas.

Les cuento todo esto porque estos días anduve leyendo un libro que compré hace más de una década en una librería de segunda mano, en mi primer visita a Budapest, un tanto imprevista y de la que hoy no vamos a hablar más. El asunto es que en aquel día, hace más de una década, compré una edición de bolsillo de Nation, de Terry Pratchett, que ha aguantado sin leer en múltiples estanterías -porque he cambiado de vivienda varias veces entre tanto- durante todos estos años hasta que este verano lo abrí. De Pratchett he hablado en este blog en varias ocasiones a lo largo de los años. Es una de las personas que más me ha hecho reír en mi vida.

Una de las maravillas de ése hábito de comprar libros para dejarlos en el estante es llevarte gratas sorpresas diferidas en el tiempo. Que ocho años después de su muerte yo pueda disfrutar un libro nuevo para mí, como quien abre una cápsula del tiempo, es una encantadora circunstancia. Concedido, a esto ayuda que el autor en concreto haya sido prolífico casi casi al nivel de Anónimo.

El asunto es que uno aprovecha a mirar atrás y a alegrarse de las casualidades: De haber desenpolvado ese librín, de haberlo comprado hace ya muchos años, de haberlo llevado -pero no leído- a Montevideo hace también muchos años, porque de haberlo leído en aquel invierno austral no lo habría disfrutado como nuevo en este verano septentrional de 2023. Irrelevancias concatenadas, estarán pensando. Y no les faltará razón, pero son mis irrelevancias concatenadas.

A todo esto no les he dicho nada del libro. Es un libro ajeno a Mundodisco, si les sirve de algo, así que no aparecerá nunca listada dentro de sus obras más memorables. Pero seguirá ahí como una pequeña gema para quien la quiera encontrar.

El precio de tu subscripción cuando el proveedor no puede crecer de otra forma

Clientes cautivos como presos en una mazmorra

Primero, el contexto. Recoge Antonio Ortiz en su blog el tema de las recientes subidas de precios en diversos servicios de Internet:

Subida de precios de Spotify, también de Disney+; hace poco Netflix empezó a cargarse su plan básico en algunos mercados (es decir, subida de precios); también tenemos anuncio de Dazn de aumento de la cuota y no dejaría de anotar que Tinder prepara una suscripción nueva por 500 dólares al mes.

Continúa recogiendo la opinión de Cory Doctorow según la cual:

las plataformas digitales comienzan ofreciendo valor a sus usuarios, pero con el tiempo y una posición más dominante del mercado priorizan sus propios intereses financieros a expensas de la experiencia del usuario.

Recogido el contexto, vamos a empezar por el final. Es indudable que en condiciones de monopolio (o cuasi-monopolio) esa degradación del servicio debido a una posición dominante existe. No es exclusivo de Internet, pasa también si la papelería del barrio se queda sin competencia. Ahora bien, ¿es eso realmente aplicable a servicios como Netflix que precisamente han visto debilitada su posición dominante ante la eclosión de servicios que le hacen la competencia? Diría que no.

Y de eso venía a hablar, de la degradación del servicio no cuando el mismo deviene monopolio incontestable sino todo lo contrario, cuando sus números encogen y la única idea que queda es apretar las tuercas a los incautos que siguen usándolo. Hay un tipo de servicio que nos da una buena analogía para el caso de algunos de estos servicios: el de los juegos free-to-play.

Un juego free-to-play es un juego en el que no es necesario pagar para jugar. El modelo de negocio orbita, no obstante, en torno a dar incentivos para el pago que pueden ser tanto puramente cosméticas como dar ventajas a la hora de competir contra otros jugadores. Todo esto funciona de maravilla cuando la base de usuarios es grande y creciente. ¿Qué pasa cuando eso no se cumple? Hay que pararse a analizar la dinámica en estos servicios de juegos gratuitos. Sería más o menos la siguiente:

  1. El juego se lanza y, si tiene éxito, su base de jugadores comienza a crecer.
  2. Como la base de jugadores crece, la facturación crece automágicamente sin subir precios, en ocasiones de crecimiento explosivo no hará falta ni mantener el ratio de usuarios que pagan.
  3. Cuando se va agotando el hype o, sencillamente, aparecen nuevos juegos a los que los jugadores van dando oportunidades, el crecimiento deja de ser orgánico: la base de jugadores se estanca o directamente mengua.
  4. Ante una base de jugadores menguante, el crecimiento de facturación automágico se esfuma y pasamos a la fase de apretarle las tuercas a quienes no quieren abandonar el barco conscientes del coste hundido en el mismo: subidas de precios explícitas (lo que ves en la etiqueta, vamos) o implícitas (sacando novedades constantes o haciendo que la ventaja de los usuarios de pago sea desproporcionada, de forma que mantenerse al día sea más caro).

Está claro que el umbral de disidencia de un usuario de Netflix puede ser menor que el de un usuario que lleve años pagando por su suscripción a un juego, pero ¿de verdad no hay un poquito de eso? ¿No es también ese suscriptor de Netflix un poco cautivo toda vez que está siguiendo varias series durante años que tienen ya temporadas confirmadas para los próximos meses?

De ahí que la subida de precios en estos servicios no se relacione siempre con su posición dominante, precisamente en algunos casos es justo lo contrario, la prueba de una incapacidad para crecer, al menos incapacidad de cumplir los objetivos de crecimiento marcados internamente, aunque aún dispongan de una serie de usuarios dispuestos a seguir pagando a pesar de que les suban los precios.

La utilidad de lo inútil

La belleza de la utilidad de lo inútil

A raíz de un episodio del podcast de Joan Tubau en el que Nacho Raggio estuvo invitado descubrí un pequeño ensayo de Nuccio Ordine titulado La utilidad de lo inútil. A modo de anécdota, compré el librito un par de días tras oír el podcast y Ordine fallecía menos de una semana después; cosas que pasan.

El asunto es que el librito trae anejo como apéndice un ensayo de Abraham Flexner de unas veinte páginas, y del cual Ordine toma el nombre para su propia obra, sin el cual el texto de Ordine no sería redondo.Ordine argumenta que la educación y la cultura deben abarcar más que la simple búsqueda de la eficiencia y la rentabilidad, y que la apreciación de lo inútil, lo bello y lo creativo puede enriquecer nuestras vidas de formas profundas e inesperadas pero en el camino trufa su argumentación de argumentos antimercado erróneos y fácilmente desmontables que le restan credibilidad, al constituir parte de su base argumentativa.

Sería, no obstante, subóptimo afrontar directamente lo que Flexner tiene que contarnos sin llegar aupados por ese crescendo levemente inútil anterior. Lo útil estaría realzado y mejorado con lo inútil, lo cual no deja de ser poético en un libro como éste.

No deja de contener el texto de Ordine ideas válidas y hermosas. Es todo él una oda a la curiositas y a mí el hacer las cosas sin perseguir el beneficio monetario inmediato sino guiado por curiosidad intelectual siempre me ha parecido lo correcto; el hilo que lleva a la ética hacker. (Y además una forma de conseguir beneficio monetario en segunda derivada, pero de eso hablamos otro día.)

Al hilo de este librito y la forma en que llegué a saber de su existencia, el episodio de podcast en sí de Tubau y Raggio lo recomiendo porque tiene forma de sobremesa larga, de esas de disfrutar, y porque además ese mediterráneo moral que Raggio postula creo que tiene buen maridaje con los límites del utilitarismo que en su día trazamos en este mismo blog en torno a la familia y la comunidad como barreras últimas.

[Imagen: La belleza de lo inútil, hecha con LeonardoAI.]

La historia de Ucrania

Timothy Snyder

La actual guerra imperialista rusa en Ucrania ha puesto de actualidad a este país europeo y gracias a la Unviersidad de Yale tenemos disponible en Youtube un magnífico curso sobre la creación del moderno estado de Ucrania.

Durante varias semanas he estado viendo este curso, impartido por Timothy Snyder. Recoge las veintitrés lecciones que a lo largo de un semestre sirvieron para cubrir desde la relación de los territorios en la actual Ucrania con el mundo clásico hasta las tres décadas de su historia postsoviética.

Hay tantas enseñanzas que no sabría por donde comenzar, desde la historia del Rus de Kyiv y cómo todos intentan erigirse en herederos naturales del mismo y legítimos controladores de su territorio, o la influencia de la más prolongada presencia de imperios asiáticos como el mongol en los territorios de la actual Rusia y cómo eso condiciona una evolución cultural que aleja a esos territorios de la evolución cultural que siguieron los territorios más occidentales (que vendrían a estar en la actual Polonia).

Como digo, todo muy interesante. Por mencionar algo, déjenme ir con algo casi anecdótico pero que se relaciona con el optimismo pacifista que ya hemos mencionado en el blog. Snyder sugiere un origen postimperial a la larga paz en Europa que sucede a la derrota alemana en la segunda guerra mundial. La integración europea vendría a ser algo así como la historia que los europeos se cuentan a sí mismos cuando sus diferentes imperios comienzan a perder guerras imperiales. Los alemanes perdieron la segunda guerra mundial, los holandeses en Indonesia, Francia en Argelia, España y Portugal son incapaces de mantener sus colonias en África. Así que de repente la idea de que la guerra es una cosa del pasado, una barbaridad, que los europeos son más civilizados que los americanos que siguen en sus guerras se debe, así cortamente, a que una vez comenzaron a perder todas las guerras imperiales pues dejó de parecerles buena idea eso de la guerra.

Menciono esto más que nada como anécdota, pues a lo largo de las lecciones de este curso hay continuas oportunidades de aprender. Comentaba hace unos días en el chat con unos amigos que este curso es imbatible si de ver la televisión se trata: no van a encontrar forma mejor de gastar esas horas viéndola, no llega ni al equivalente de dos temporadas de una serie cualquiera que además no será tan buena como les prometa la campaña de marketing. Altamente recomendado.

Populismo, demagogia, tiranía

De entre aquellos hombres que han tumbado las libertades de las repúblicas, el mayor número ha comenzado su carrera pagando obsequioso cortejo a la gente; comenzando como demagogos y terminando como tiranos.

Alexander Hamilton, en The Federalist Papers

Conocimiento e instinto

Árbol conocimiento

En La escuela no es un parque de atracciones defiende Gregorio Luri la idea de que el conocimiento sobre un tema es lo que nos despierta la curiosidad sobre el mismo, y no al revés, y de que a ese conocimiento se llega alimentando el hábito y la repetición de una determinada práctica; estudiando sobre el tema, para entendernos.

Así, la curiosidad por las matemáticas es viable únicamente cuando las conocemos siquiera un poco, y la soltura haciendo cálculos matemáticos se adquiere solo cuando hemos hecho muchos de esos cálculos. Luego, es posible que podamos trabajar en modo multidisciplinar y aplicar ese conocimiento a otros ámbitos, pero hemos de partir de ese conocimiento adquirido y asentado.

Estuve estos días leyendo estos días Asking for Trouble, un libro de Jon Cohen sobre investigación de mercado que sin ser exactamente lo que yo buscaba, no deja de ser una lectura interesante con una segunda parte aplicable a otro tipo de trabajos.

En un pasaje donde habla de cómo tomar decisiones cuando los datos no son concluyentes, dice lo siguiente acerca de las decisiones por instinto, y que me hizo pensar en un par de otras ideas que comento a continuación:

Confiar en tus instintos se ha convertido en sinónimo de ignorar lo que opinan otras personas. Haciendo tu propio camino. Cogiéndolo solo. Es una pena, porque esa definición de toma de decisiones instintivas está basada en un completo malentendido acerca de cómo funciona el instinto realmente.

(…)

Lo que parece una reacción instintiva es, en realidad, el resultado de una gran cantidad de conocimiento adquirido combinado para facilitar la toma de una decisión completamente matizada.

Jon Cohen, en Asking for Trouble

Huelga decir que no es lo mismo confiar en un instinto bien entrenado que en uno atrofiado, y que en entornos profesionales, sobre todo trabajando en el seno de una empresa, estamos muy acostumbrados a nunca decidir por instinto, se busca siempre el proceso aséptico, dirigido por datos.

Sin embargo, el instinto bien entrenado no deja de ser un automatismo bien aprendido, el afloramiento de ese conocimiento interiorizado y memorizado al que se refiere Luri en su libro. Ésta es la primera de las dos conexiones que vi al leer esto.

La segunda de ellas es aquel adagio de Noventa, tuitero desaparecido dicen los mentideros que durante la pandemia del COVID, que reza que un prejuicio no es más que la combinación de conocimiento más reconocimiento de patrones. Una chanza, sí, pero por ahí se enlazan estas ideas.

[Imagen: El árbol del conocimiento, hecha con LeonardoAI.]

Concisión y transmisión de ideas

Aterricé esta tarde en un artículo de Yorokobu que resume algunas recomendaciones de Schopenhauer para escribir mejor.

Dejando de lado que la actual escritura por y para el posicionamiento le lleva la contraria en casi todo, me quedo con un principio fundamental: la claridad al escribir.

Para Schopenhauer, demasiadas palabras solo sirven para desviar sin querer la atención del lector, o para confundir deliberadamente al lector y que parezca que en un texto hay una idea valiosa cuando no hay nada. En ambos casos es mejor ser concisos.

No es la primera vez que hablamos de concisión y en al menos una ocasión lo hicimos al hilo del posmodernismo, que precisamente es dado a soltar peroratas interminables para no decir nada. Diríase que Schopenhauer ya enfrentó al mismo tipo de plastas.

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