¿Quién puede subir tus fotos a Facebook?

Un post hace un par de días en Naked Security no llamó mi atención, pero hoy me ha llegado ya 3 veces y creo que procede hacer un comentario al respecto.

Preferencias de usuarios de Facebook sobre subir fotos de otros a Internet

Según el titular del artículo, el 90% de los usuarios está en contra de que otras personas suban sus fotos a Facebook. En el artículo especifican que ese 90% es de entre los usuarios encuestados, y que la encuesta la han hecho ellos. El titular obvia esa información y, además, extrapola el resultado de la encuesta al total de usuarios de Facebook. La encuesta cuenta con unos 800 participantes. Siendo 400 el número mínimo para que los resultados puedan ser tomados con seriedad, 800 se antojan ciertamente muy pocos para la millonada de usuarios que tiene ese servicio, distribuidos en diferentes regiones del mundo, edades y culturas, lo cual deja muy pocas muestras por cada segmento… ¿queremos ser rigurosos?

Por otra parte, y por más que el titular resulte sugerente a quien valore la privacidad, dudo de su validez y creo que a falta de saber cómo se ha realizado la encuesta el dato hay que ponerlo en cuarentena. ¿O ya no recuerdan la clásica campaña electoral en que según el medio online que haga la encuesta cambia el ganador de las elecciones? ¿Creen que si nos preguntan a los lectores de Versvs qué opinamos sobre que otras personas suban sus fotos a Facebook el resultado sería estadísticamente representativo del total? No digo que el estudio no sea riguroso, podría serlo, pero sin más información tiene todas las papeletas para que el dato extraído no esté avalado por la verdad (desgraciadamente, porque el dato resulta muy sugerente).

Compatibilidad y la paradoja de la desintermediación

Internet fomenta la desintermediación en todos los ámbitos. Esta desintermediación permite que en la arena haya muchos más actores ofreciendo servicios directamente y eso aumenta la competencia y acerca la existencia de un mercado meritocrático real, lo cual es una buena noticia.

La historia se tuerce cuando olvidamos que la compatibilidad es una especie de escudo que mantiene a los usuarios protegidos de quedar atados a un único proveedor (y los abusos derivados de esa situación). Como proveedores, lo normal es la búsqueda de la desintermediación total: deshacerse de todos los eslabones que antes eran necesarios para llevar un producto hasta el cliente. La aspiración es controlar desde la producción a la distribución final.

En el contexto de entornos no compatibles, esto desemboca en la paradoja de la desintermediación: en condiciones de desintermediación total y entornos no compatibles, existe competencia inicial y el usuario puede elegir un proveedor, pero en el momento en que elige, está prisionero de un sistema en el que todo lo que puede hacer/comprar está controlado y/o provisto por un único proveedor. Una vez compras no puedes cambiar con facilidad (la incompatibilidad se busca para forzar un lock-in sobre el consumidor) y, a todos los efectos, estás sometido a un monopolio que, aún siendo contestable (todavía puedes cambiar a otro proveedor), eleva considerablemente el coste de disidencia (tanto el coste monetario como el coste cognitivo de aprender a utilizar un sistema nuevo e incompatible con el que usaste hasta ahora). Y todo ello sin un beneficio real: el nuevo proveedor será igualmente un monopolio incompatible en cuanto migres a sus sistemas.

El software libre tiene soluciones, pero está perdiendo la batalla, y los efectos son palpables.

Reputación y compra online

Hay un aspecto que olvidé comentar en mi anterior post sobre Liars & Outliers y en el que estoy en gran desacuerdo con Schneier.

Llegado un momento, Schneier expone que tradicionalmente tanto la reputación del comprador como la del vendedor eran importantes, pero que al escalar la sociedad (y sobre todo, con el advenimiento del comercio electrónico), la reputación del comprador ya no es tan importante, mientras la del vendedor mantiene su valor. Esgrime el argumento de que por eso los sitios de compra-venta online suelen prestar mucha atención a la reputación del vendedor, y poca o ninguna a la del comprador, del que el vendedor no posee, generalmente, información previa.

Creo que se equivoca. En concreto, lo que yo creo es que la reputación del comprador sigue siendo importante, pero que en el entorno online el comprador es desconocido y, en consecuencia, no hay una reputación previa. Por tanto, al no haber confianza la solución es exigir el pago por adelantado, y ése es el motivo de que las compras haya que pagarlas en el momento de hacer la compra, mientras en un comercio tradicional se compra en el momento de recibir el servicio/producto comprado y, si la reputación del comprador es buena, incluso te lo dejan llevar para que lo pagues más adelante.

Así que sí, la reputación del comprador aún es importante y mucho, de hecho nuestra incapacidad para verificar la reputación del comprador es la responsable de que en la Red haya que pagar por adelantado. El problema real es que los mecanismos de generación de confianza tradicionales no han escalado bien frente al aumento de tamaño de la sociedad.

El Internet de las cosas

En su último informe estratégico sobre tráfico de Internet, que intenta predecir la evolución de la Red entre los años 2011 y 2016, Cisco (vía Ars) predice que a lo largo de este mismo año 2012 el número de dispositivos móviles conectados a la red superará al número de personas conectadas a Internet.

Es el Internet de las cosas: hablamos de ella desde hace años al hilo de la extensión de la tecnología RFID. Su llegada era cuestión de tiempo, pues el crecimiento del número de personas conectadas a la Red es, en todo el primero mundo, orgánico, ya que la penetración de Internet en esos países es total. Mientras tanto, la convergencia de dispositivos no se ha hecho realidad (al menos no aún) y necesitamos un móvil, un portátil, a veces en casa un sobremesa y para nuestra presencia web un servidor. Y eso sin contar, como ya digo, la incontable cantidad de chips RFID que portamos encima y más aún los que portaremos a modo de sensores específicos para medir todo tipo de cosas (principalmente parámetros de salud –azúcar en sangre, por ej.–, en general, sensores vinculados a seguros de todo tipo). Y no se olvide de los electrodomésticos, que también están ya conectados a la Red (no todos, aún).

La Internet de las cosas, la domótica y la eclosión de los sensores personales de salud, con todo lo cool que pueda parecer, no viene exenta de riesgos: el mayor de ellos, sin duda, la erosión (aún mayor) de nuestra privacidad. Precisamente en tiempos en que los Estados muestran un rostro más autoritario, estar en la Red intentando cuidar nuestra privacidad es aún más importante.

Mapas para no perderse en la Red

The Hunting of the Snark (An Agony in 8 Fits) es un poema de Lewis Carroll publicado en 1876 y que cuenta con una serie de ilustraciones de Henry Holiday, a quien se atribuye igualmente este mapa para no perderse en el océano. Este mapa es el que usan los aventureros que van a la caza del Snark, y celebran que esté en blanco porque se entiende perfectamente.

Ya no estamos a finales del s. XIX, pero vivimos un momento y un mundo en que los viejos mapas han quedado obsoletos. Lo cual probablemente merece una celebración, porque eso nos brinda la oportunidad de re-aprenderlo todo de nuevo, de construir nuevos mapas para este nuevo mundo. Solemos creer que un mapa nos muestra el mundo tal como es. Eso es falso. Un mapa es una ilusión inspirada en la realidad que pretende mostrar, a la cual a su vez modifica y da forma.

Todo lo anterior puede parecer no relacionado a lo que hacemos cada día. No obstante, todo lo anterior es el verdadero motivo de ser de todo esto. Si en lugar de mapas, hablásemos de «formas de entender la Red», ¿persiste la sensación de off-topic? Menos, ya menos.

Tenemos por delante un reto: adaptarnos a este nuevo mundo arrastrando todo lo que aprendimos para el viejo, y la mayor parte de ese conocimiento está obsoleto, como sucede con la propiedad intelectual, su gestión con lógicas del pasado genera problemas y promete ahondar la crisis. O la globalización, pensar que dar marcha atrás a la misma nos ayudará es un gran error.

Con Internet nos pasa algo parecido. Muchas veces creemos que ya llevamos en ella muchos años, y que ya lo sabemos todo. La realidad es que esto acaba de empezar: lo que sabemos no es ni la mitad de lo que hay, y lo que hay no es ni la mitad de lo que ha de venir. Releemos con emoción la Declaración de Independencia del Ciberespacio. Crear esa «civilización de la Mente en el Ciberespacio que sea más humana y hermosa que el mundo que vuestros gobiernos han creado antes» es un reto por el que vale la pena trabajar.

Sin embargo, el camino para lograrlo es tomar las riendas de la propia vida: de las riendas del propio aprendizaje a las de la propia identidad desintermediada en la Red.

Y es aquí donde la cosa se pone interesante. A menudo nos tratan de convencer de que para estar en Internet tienes que estar aquí o allí. En esos momentos vale la pena preguntarse si lo que nos están enseñando es a usar un mapa construido por otra persona (programado por otra persona) o nos están invitando a construir nuestro propio mapa. En ese matiz radica la diferencia entre el turista que fue y vio exactamente lo que había viajado para ver y el viajero que se dejó sorprender por todo lo inesperado que se cruzó en su camino. El viaje por sorpresa, siempre presto al cambio de rumbo, es mucho más evocador. Y no faltan motivos.

Por eso cada vez que alguien me habla de «redes sociales» respondo que la Red social son las personas, no el software, y que la herramienta que ellos llaman «red social» supone una regresión en lo que la Red prometía. Si lo ponemos en términos del mundo que viviremos, esas herramientas nos darán un «más de lo mismo», más de comunicaciones intermediadas y piramidales, más de arriba a abajo, más de foco en la suciedad de una sucesión de eventos que de tan alejada de la realidad de nuestras vidas ya resulta esperpéntica. Allí donde ya todo está hecho, alguien construyó el mundo por ti, y lo construyó para servir a sus propósitos, y no a los tuyos, aplicándole sus sesgos, y no los tuyos. ¿Quieres vivir Internet de verdad? Deja los «medios sociales», déjate sorprender por la Red.

Dejarse sorprender por la Red no es sólo escoger el rol del viajero frente al del turista, sino que es también reconocer la diferencia entre el usuario del mapa y aquellos que construyen las herramientas para comprender mejor su propio mundo al tiempo que lo recorren. No es un trayecto cualquiera, sino un viaje de verdad al corazón de nuestra era, y esta era transforma lo que somos como personas y también como organizaciones. Estar en la Red nos lleva a explorar nuevos entornos y ser capaces de aprender de ello, pero también nos exigirá cartografiarlos y construir mapas para no perdernos en la Red.

En la batalla entre webs y aplicaciones, ¿está Facebook de parte de la web? Realmente, no

Acostumbramos a hacer predicciones sobre el futuro a pesar de que sabemos que las predicciones fallan casi siempre; es inevitable, el ser humano no soporta la incertidumbre (genera miedo) y consecuentemente existe una demanda de predicciones.

Facebook y el filo de la navaja
[Ilustración: Antonio Cerón.]

En tiempos recientes he leído varias predicciones acerca de la supervivencia de la web: en diciembre, Mark Suster en The end of the web? Don’t bet on it y ayer mismo leíamos a Jakob Nielsen en Mobile sites vs Apps evaluando la proyección de las webs para móviles frente a las aplicaciones nativas.

La visión de Nielsen me parece válida, pero el argumento me parece flojo. En resumen, Nielsen afirma que aunque actualmente las aplicaciones nativas ofrecen mejor experiencia que las webs para móviles, el gap tiende a acortarse. Aduce y el enorme problema que supone el coste de la fragmentación de las plataformas móviles, que según él no hará sino aumentar. Ahí no le faltan argumentos: iOS ya necesita dos aplicaciones específicas (iPad y iPhone) y Amazon parece haber forzado una situación similar en Android. Mayoritariamente, son argumentos económicos, y no creo que sirvan para justificar esa predicción.

Creo que se equivoca en su hilo deductivo. Que la fragmentación salga cara sirve para eliminar del juego a gran parte de la competencia (a varios miles de euros a gastar en desarrollo para cada sistema, lanzar un proyecto en igualdad de condiciones requiere una barrera de entrada mucho mayor que lo que supone una única plataforma web). Eso no conlleva que el sistema de aplicaciones sea insostenible, sino que no todas las aplicaciones estarán en todos los sistemas y que los actores que podrán jugar en todos serán menos. El coste de la fragmentación no invierte la tendencia, sino que concentra el ecosistema.

Ahora, juguemos a evaluar el sistema al revés. Una pregunta de partida es: ¿de entre los gigantes de Internet, hay alguno interesado en que el futuro se desarrolle en la web y no vía aplicaciones nativas para cada sistema? Y la respuesta es sí: Facebook.

Apple, Google, Amazon y Microsoft cuentan con su propia tienda de aplicaciones, controlan el hardware y el software y pueden ofrecer una experiencia completa. Les interesa, por tanto, alimentar ese mercado de aplicaciones de pago. Desconocemos hacia dónde camina Facebook, pero actualmente no controla ni hardware, ni software ni posee tienda de aplicaciones: es el único de los grandes de la Red que no ha apostado a controlar un canal completo hasta el hardware del usuario (quizá porque esa inversión le venía grande, ahí su próxima OPV podría sacarnos de dudas). En el entorno de los sistemas operativos tabletizados está absolutamente intermediado. En la web, podemos argumentar, también está mediado. Pero, continuando con la argumentación, en ese entorno la intermediación ejerce sobre Facebook mucha menos presión (al menos actualmente).

Esto nos lleva a la aparente paradoja de que de las grandes empresas de Internet, Facebook (que por méritos propios suele caer casi tan bien como Microsoft) sea el único aliado que tenemos quienes abogamos por una red más abierta, interconectable y libre, más parecida a la web que a los cerrados canales de aplicaciones. Esa paradoja se deshace sola: la web que Facebook defenderá no es la misma web distribuida y diversa que nos gusta, sino una versión disneyficada y ultracentralizada de la misma. Y ni hablar de Privacidad, recuerden cuando hablamos de Facebook y el Chernobil de la privacidad… pero bueno, ahí no está sólo.

¿El fin de la historia? No, esto es sólo el principio

Francis Fukuyama, el autor del conocido El fin de la historia, un libro que da para hacer muchos chistes, ha decidido sumarse él mismo al carrousel y si había algún indicio de que el fin de la historia no ha llegado (ni llegará), estrena drone de vigilancia hecho con hardware libre. Lo cuenta él mismo en su blog. Como respondí a Joshua en un post en Cartograf: «De las máquinas autorreplicables a los drones con chips Arduino, la libertad está allí donde los chips son libres.» Fukuyama estrena drone, ¿el fin de la historia? Todo lo contrario: esto es sólo el principio.

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