Bocados de Actualidad (145º)

Último domingo de febrero y aquí acudimos una vez más a la cita con la sección fija menos fija de la blogosfera. La centésima cuadragésima quinta entrega de los Bocados (una colección de enlaces que no tuve tiempo, o ganas, de comentar durante la semana) nos llega a ritmo de Opera IX.

Recuerden que durante la semana voy dejando más enlaces en mis marcadores y que aquí tienen el feed para recibir los mismos donde más les guste leerlos.

Aquí la fantástica cover que Opera IX hacen del clasiquísimo tema de Bauhaus… Bela Lugosi’s Dead.

Riesgos, priorización y regulación

Estoy leyendo Risk, de Baruch Fischhoff y John Kadvany, un librito que compré hace varios meses para pasar el mínimo que exigía Amazon para no cobrar gastos de envío. Dejo una cita y una imagen del mismo:

Una cita:

«Parents can neglect their own health while managing minor kid, car, and house problems. Nations can ignore their future health needs while concentrating on immediate economic stresses. School boards can neglect looming disasters while addressing everyday crises. People chained to the 24/7 news cycle can be endlessly distracted by uninformative coverage of minor issues.»

Baruch Fischhoff y John Kadvany, en Risk

Más allá de que «la definición más aproximada de «noticia» es «algo que no sucede casi nunca«», el problema es el coste de oportunidad. Un periódico es una «sucesión de reseñas sobre «cosas que no pasan casi nunca»» y el rol de los medios es fijar agenda; los medios masivos son una herramienta política más. Como decía, me interesa el coste de oportunidad: el hecho de que la obsesión del «individuo conectado» por el «qué está pasando» nos priva del necesario tiempo de reflexión y maduración de ideas que ha de abrirnos las puertas de algo nuevo, al ayudarnos a reconocer con facilidad cuáles son nuestros verdaderos problemas y preocupaciones (que rara vez coincidirán con las grandes cuestiones de Estado) y organizar nuestra respuesta para solucionarlos a la mayor brevedad.

Un mapa:

Distribución de riesgos en función de su naturaleza
[Extraído de Risk, de Baruch Fischhoff y John Kadvany.]

En estos dos ejes se distribuyen diferentes actividades (que presentan un cierto riesgo) en función de su naturaleza voluntaria o fatal (en caso de accidente). No es la mejor forma de evaluar los riesgos para priorizarlos, pero da algunas pistas. Si nos fijamos bien, en el cuadrante «involuntario-fatal» tenemos cosas como energía nuclear o los pesticidas, ambos fuertemente controlados por los Estados. En los cuadrantes «involuntario-no_fatal» y «voluntario-fatal» tenemos otras actividades cuya regulación es menos fuerte: vehículos a motor, antibióticos, fumar, rayos x, nadar o hacer montañismo. Lo divertido viene cuando bajamos hasta el cuadrante «voluntario-no_fatal». Aquí aparecen actividades que por su carácter están ampliamente desreguladas: montar en bicicleta, cortar el césped, electrodomésticos, jugar al fútbol o las bebidas alcohólicas.

Un momento, ¿he dicho bebidas alcohólicas? He aquí la anomalía: el alcohol se encuentra cada vez más regulado, tras la persecución (a través del botellón) del libre uso de los espacios públicos por parte de las personas. ¿Alguien dijo control?

Y es que estar en la calle sin mayor preocupación que estar con los amigos, abstraerse un poco de la vorágine del «qué está pasando» digital y sacar la cabeza del agujerito del trabajo diario y las noticias de la tele nos vuelve a todos en elementos subversivos capaces de desarrollar ideas propias y priorizar, de una vez por todas, nuestros verdaderos problemas y su solución. Ignorar el #hashtag durante unas horas es el primer paso para escapar de la urgencia digital y alcanzar lo que de verdad es importante, lo cual nos devuelve a la cita inicial.

Los drones como catalizadores de la privacidad

Existe un cierto pavor ante la amenaza que los drones representan para nuestra privacidad. En efecto, este tipo de aviones no tripulados están ya preparados para el mercado doméstico y masivo: en EE.UU. una nueva ley obliga a las aerolíneas a compartir el cielo con drones para uso comercial, para decepción del lobby que hacía campaña a la contra. No es sorprendente que los fabricantes tradicionales de aviones comiencen a mirar a estos drones con ojos de nuevo mercado.

Desde el punto de vista de la privacidad, lo interesante de los drones viene si nos acordamos de Barbra Streisand, convertida en meme cuando en 2003 intentó censurar unas fotografías aéreas de su casa en California.

En efecto, frente a la pasividad mostrada ante la erosión de nuestra privacidad en la Red (recuerden que lo divertido del gran gazpacho de datos que hará Google el próximo 1 de marzo no es que crucen sus bases de datos, sino que les diéramos los datos en primer término), los drones nos recuerdan las peores distopías que leímos y leeremos y dan algo de miedo. Por ese motivo hay quien opina que los drones tendrán un efecto diferente a la web y sí dispararán una defensa de la privacidad.

No lo tengo claro, y creo que si hay un catalizador en este ámbito es el móvil (de Carrier IQ a Path y el abuso de los datos del usuario, no hay mes que no haya un escándalo de dimensiones épicas), pero sí que creo que en los próximos tiempos veremos cómo en torno a los drones aparece una densa regulación en la que éstos serán equiparados al mal, en la línea en que se ha tratado desde su mismo nacimiento al p2p y otras tecnologías que han caído en manos de las personas antes de que puedan ser controladas por quienes aspiran a distorsionar a su favor la vida pública.

Instituciones, confianza y los proxies de Dunbar

En 1993, Robin Dunbar público uno de esos artículos que años después son reverenciados y citados. Dunbar realizó un estudio que relacionaba el tamaño del cerebro con el de la red social máxima que podemos establecer en una relación en la que mostramos verdadero afecto y tenemos verdadero conocimiento de las personas que nos rodean. En la actualidad, el ser humano estaría preparado para mantener este tipo de relación en confianza y cercanía con unas 150 personas, es lo que conocemos como Número de Dunbar.

El número de Dunbar está en todas partes, parece ser la regla que determina «la escala humana» de las cosas y algunos servicios web, como Path, parten de él como discurso sobre la confianza (lo cual hace de sus fiascos algo aún más irritante). Pese a lo atractivo del discurso, no es ninguna novedad que el estar online no modifica los límites del neocortex y que no siempre confiamos de la misma forma en las personas, de forma que en términos de confianza una relación no siempre tiene el mismo valor.

Ahora bien, si sólo pudiéramos confiar en 150 personas a las que conocemos perfectamente, ¿cómo se explica que vivamos tranquilamente en ciudades enormes, rodeados de personas a las que no hemos visto jamás pero de las que esperamos que no vayan a hacernos ningún mal?

Bruce Schneier en su último libro habla de proxies de confianza. Este rol lo desempeñan principalmente instituciones o marcas en las que confiamos. Si yo confío en McDonalds, entonces puedo no conocer a ninguno de los 20 trabajadores del McDonalds que encuentro en una ciudad a la que acabo de llegar, pero igualmente confío en que ahí puedo comer tranquilamente, que el trato será como lo espero y la comida también. Lo mismo con una pequeña empresa: si confío en la empresa, puedo no conocer a su nuevo empleado, pero me fiaré de ellos y de su proceso de selección, lo cual se trasladará a ese nuevo empleado. Y si no confío en ellos, ya pueden hacer piruetas y malabares, la confianza no aparecerá hacia nada que tenga su nombre.

La pregunta es: una pequeña empresa con 20 trabajadores, ¿ocupa uno o veinte de esos limitadísimos huecos de confianza que predice Dunbar? La confianza es instintivamente transitiva (por eso nos fiamos de personas cuando vienen recomendadas, por eso nos fiamos de los enlaces que nos pasan personas en las que confiamos para esa labor). Según lo anterior, estarían como poco a medio camino (posiblemente más cerca de ocupar uno que de ocupar veinte), ¿no estaríamos hablando, en ese caso, de proxies de Dunbar que permiten que escale la confianza por encima de los ciento cincuenta individuos de los que hablaba el bueno de Robin?

Linsanity, la tontería de la propiedad intelectual no tiene límites

No sigo demasiado la NBA, pero la temporada de Jeremy Lin con los Knicks parece ser asombrosa. O al menos es lo que se deriva de que al menos dos personas estén disputándose la propiedad de la marca registrada Linsanity (algo así como Lincreíble, por forzar un poco de juego de palabras), el término que los periodistas vienen usando para despertar el fervor en las masas. La situación es tan ridícula que ha levantado el escepticismo de la oficina de patentes (creo que esto es inaudito en un ámbito global desde que Einstein abandonara la oficina de Zürich). Mientras tanto, el señor Chang (primer solicitante) tiene el monopolio de vender merchandising con la mencionada marca, que ha solicitado para ofrecer «bienes y servicios», esto es… camisetas, gorras, globos y todo lo que se tercie. Desde aquí le ofrecemos el premio al monopolio inútil del día. Estoy de acuerdo en que hace falta una ley de antipropiedad intelectual con la que atizar a los que no tienen otra concepción vital que limitar lo que otras personas pueden hacer.

El ascenso de Webkit, el declive de Firefox y el futuro de los estándares web

¿Recuerdan los tiempos en que las páginas lucían botones orgullosos del tipo «se ve mejor en Netscape 800×600» o «diseñado para Internet Explorer 5.5»? El diseño específico para navegadores es una lacra que nos ha acompañado durante gran parte de la historia de la web. La peor situación se dio cuando Internet Explorer acumuló más del 90% de usuarios y tuvo la capacidad de ignorar deliberadamente los estándares. Es una situación aún presente: los navegadores de Microsoft siguen sin atender totalmente a estándares, de forma que elementos de CSS3 que se verán correctamente en otros navegadores, seguirán sin ser operativos en IE. De las viejas versiones mejor ni hablamos.

Acid3, el clásico test de compatibilidad

Aquella pesadilla tuvo su final con la llegada de Firefox, que conquistó el corazón de los amantes del software libre (que corrieron a instalárselo a sus amigos) y acabó con el monopolio de Internet Explorer.

¿Podría un declive de Firefox devolvernos a la situación anterior, con desarrollos no estándares? Comencemos por ver la evolución de cuota de usuarios de los navegadores más usados, que recojo de ExtremeTech:

Evolución share navegadores

Innegable: Firefox ha pasado en algo más de dos años de tener más del 30% a tener algo más del 20%. Y eso que Mozilla intenta mimetizar los ciclos de Chrome. Las cifras pueden variar para webs concretas. Para Versvs, los casi sesenta mil visitantes de los últimos 30 días llegaron con Internet Explorer (29.5%), Firefox (27.7%) y Chrome (26.8%), seguidos de navegadores móviles (Safari y Android, con un 7% cada uno). Es este último detalle (el de los navegadores móviles) el que representa un peligro para la web estándar que Firefox ayudó a impulsar.

Tanto Safari como el navegador de Android están basados en el mismo motor: webkit. Y con el gran dominio de los navegadores basados en Webkit, resurge la vieja polémica de adaptar la web al navegador, y no al revés.

Coincido con Alma Fernández en que es una situación que hay que evitar a toda costa. Como alternativa se propone, tanto en el blog de Alma como en el de Eric Meyer (uno de los referentes en estándares web), una agilización en el desarrollo de estándares por parte de la W3C.

Ahí es donde me temo que reside el problema: ¿es posible agilizar ese proceso? Hace años hablábamos de la «estandarización por corporativización». Esta situación podría ser aún más delicada: Google y Apple tienen una capacidad de avance con webkit tal que la W3C tendrá problemas para seguir el ritmo extendiendo el estándar a tiempo. En cierto modo, es algo parecido a lo que sucede con los SMS y los nuevos actores tipo WhatsApp: la burocracia de desarrollo del estándar es a la vez solución, pues permite generar un consenso fuerte, y causa del problema.

Y como en el caso de los SMS, no hay una solución sencilla. Firefox aún es un actor muy relevante en la web, pero no tiene control en la escena móvil, que es la arena donde el software libre se lo está jugando todo, y no se vislumbra un cambio en esa situación. De cara a los estándares, la única solución es que los desarrolladores sean fuertes y se ciñan al mismo a la hora de desarrollar, pero ¿será esa solución viable si las nuevas funciones implementadas por los navegadores webkit permiten virguerías mucho allá de lo que permite la W3C? Creo que una respuesta afirmativa a esa pregunta tiene más de wishful thinking que de realidad.

Bocados de Actualidad (144º)

Un domingo más aquí estamos con los Bocados, la ronda centésima cuadragésima cuarta viene cargadita y nos llega a ritmo de los suecos Sundown, una joya efímera del metal gótico de los últimos 90. Sin más distracciones, los enlaces:

  • Un grupo de científicos/techies decide que quieren reunir en un único lenguaje para programación científica todo lo que les gusta en los que hay disponibles. Un año y medio después nace Julia, un lenguaje libre que tiene muy buena pinta. Lo explican en su blog.
  • New School Security y una lección para VeriSign: la necesidad de transparencia. En Cartograf encontramos también un post sobre transparencia como prevención de crisis en corporativas.
  • IO Active remata la faena haciendo análisis de tráfico SSL sobre Google Maps.
  • Casa America comparte su gestor documental, construido sobre Drupal y ahora a disposición de todos.
  • Gonzalo Martín y experiencia de precio, experiencia de uso, sobre cómo la industria de los contenidos debe reenfocar su estrategia, que pasa por la financiación colectiva. Error500 comenta las cifras de Kickstarter.
  • Bianka Hajdu y análisis de discurso para el aprendizaje.

Recuerdo, además, que a lo largo de la semana vamos compartiendo enlaces en marcadores.

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