
Plaza de la Merced desierta.
Cuando yo era un niño las ciudades no eran enormes centros comerciales. En el tiempo en que crecí las ciudades nos pertenecían. Eran lugares para pasear, disfrutar con los tuyos tranquilamente. Podías entonces bajarte al centro de la ciudad y pasear desde el puerto a la plaza de la marina, subir por alcazabillas y llegar a la plaza de la merced para bajar por calle granada hasta la constitución y calle larios.
La ciudad que teníamos quizá estaba más vieja y quizá el centro no tenía tantos tramos peatonales, pero las calles eran nuestras para disfrutarlas, no sólo eran algo necesario que separa tu casa de la tienda. La calle. Nosotros las construimos, nosotros las limpiamos, nosotros las restauramos con nuestros impuestos. Pero intentan a toda velocidad reconvertirla en espacio de venta permanente, eliminar su carácter de recreo y su espíritu de centro de reunión. Otro tanto sucede con las costas y, en Málaga, con El Balneario, que aún este verano se puede disfrutar aunque se le noten las cicatrices que el ayuntamiento no le maquilla para poder así justificar su hundimiento. Lo sustituirán por otro paseo marítimo aséptico y otro centro comercial clónico.
Sucede que nos venden las bondades de la reforma de los cascos históricos. La peatonalización es indispensable para el desarrollo de la ciudad. Nadie dice que con cada arreglo, con cada calle peatonal, la ciudad que tanto nos cuesta (en tiempo, en dinero, en polvo tragado) es cada vez menos nuestra. Que las calles se llenarán de neones antes que de personas, que las plazas de nuestra ciudad, como la Plaza de la Merced, ya no podrán ser usadas para reunirse y ejecutar el noble arte de la conversación entre copa y copa si no piensas pasar por caja, por más que sea nuestro dinero el que sirva para mantener el obelisco en pie y sus piedras blancas. Resulta que la calle Larios se ha convertido en «la calle de las tiendas» y que a uno se le hiela la sangre pensando cuánto tiempo más aguantará Casa Mira los embites de Unicaja o de Inditex. Creo que no demasiado.
Dicen que es la lógica de los tiempos, que el comercio mueve el mundo y que de qué nos quejamos si «en Europa nadie hace botellón». Mienten cuando no explican que lo de estar en la calle es algo muy nuestro y que no sirven comparaciones con otros pueblos (ni siquiera del norte de España) porque el clima nos permite brindar a unas horas y en unas fechas en que a otros se les congelarían los dedos sólo de pensarlo. ¿Cómo le pides a diez mil alemanes que se reúnan en una plaza toda la noche si incluso en agosto llueve todo el tiempo y las noches son frescas? ¿Se lo recomendarías a diez mil burgaleses?
Pero en esas estamos, viviendo en estériles ciudades espectáculo cuyas obras pagamos pero de cuyo uso está excluído todo aquel que no pueda pagar los servicios que la han colonizado. Lo siento mileuristas, no somos nada. Ese es el problema de los skaters en la plaza de la marina, no generan negocio y están mal vistos en una plaza minúscula que puede albergar cada semana una carpa ambulante, aunque nadie sepa nunca (ni le importe) qué cojones se esconde debajo de la carpa.
Lo cierto es que es la lógica de los tiempos: nos expulsan del papel de habitantes al de simples consumidores de nuestra ciudad y la gente amorra la cabeza y tira hacia el destierro del paseo de los curas. Enseñan a toda una generación cuál es el nuevo orden y en quince años el cambio estará completado sin que nadie diga nada. La clase trabajadora arrebatada de sus derechos ante su propia resignación. La victoria del neoliberalismo, como dice Juan Torres.
Supongo que esta reflexión está fuera del tiempo, pero siempre confío inocente que no esté en saco roto. Hace falta reclamar con fuerza los espacios públicos que nos han arrebatado. Las cicatrices de nuestras ciudades eran nuestras, las cicatrices del balneario son nuestras. Que no nos quiten, que no le quiten a nadie sea cual sea su ciudad, lo que de interesante y de diferente tienen nuestras ciudades.

Ayer se anunció el nombre de una nueva versión en desarrollo de Ubuntu (