La RAE se convierte en parte del problema del billón de dólares

El problema del billón de dólares

Supongamos que mañana se pusiera de moda llamar mochila a otro tipo de bolsa más pequeña, en la que apenas quepan un par de cosas muy pequeñas, algo que ahora mismo tiene otro nombre que puede ser faltriquera (en ocasiones, riñonera). Si sucede eso, uno esperaría que la RAE dé por bueno ese nuevo uso y lo incluya en su diccionario como nueva acepción. Al fin y al cabo, es su única función útil, elaborar ese diccionario.

Supongamos, ahora, que mañana se pusiera de moda decir mil para lo que hasta ahora decíamos cien. La causa puede ser cualquiera, pero tomemos dos ejemplos:

  • En primera instancia, supongamos que en otro idioma, por ejemplo en francés, sea natural decir mil para representar el número cien. (Nota: esto es un ejemplo inventado y no se ajusta a la realidad, avisados quedan, :D)
  • En primera derivada de lo anterior, supongamos que los hablantes de español no dominen bien el idioma francés ni las matemáticas universales y, en consecuencia, realicen un calco lingüístico literal que derive en incorrecciones a la hora de confundir todo tipo de redacciones porque ahora el valiente hablante de español que no sabe francés y dotado del atrevimiento que procede del analfabetismo numérico crónico va por ahí diciendo mil cuando en realidad se refiere al número comúnmente representado por un uno seguido por dos ceros a su derecha. Y dice eso porque, al fin y al cabo, lo ha leído tal cual en una fuente escrita en francés, un idioma sobre el que cree tener un dominio mayor del que realmente tiene.

¿Debemos esperar que la RAE, esa selecto club plagado a partes iguales por «señores de letras» y tecnófobos, actúe de forma igual a como esperamos que actúe con el supuesto de la faltriquera ahora llamada mochila? La respuesta ya la tenemos, y sí: debemos esperar y esperamos que la RAE sea incapaz de diferenciar una palabra que representa a una cifra numérica (que por definición ha de ser exacta) de otra palabra cualquiera, donde la sujeción a interpretación y ambigüedad es más admisible (una mochila puede tener un volumen interior de 10 litros, o de 25 litros, o de 1 litro si mañana se pone de moda llamar mochila a una bolsita pequeña; donde el único problema real es que seamos incapaces de definir con exactitud cuánto son 10 litros, o 25, o 1).

Es lo que ha sucedido con la incorporación de una nueva acepción de billón que ahora equivale a mil millones, además de equivaler a un millón de millones. La RAE avala así la mala traducción desde el inglés al español, que con frecuencia no contemplan el hecho de que un billón en inglés representa la cifra que en español se denomina con la palabra millardo si somos exquisitos, aunque mucho más frecuentemente se habla directamente de «mil millones».

Al hacer esto, la RAE se convierte en parte del problema, en lugar de ser parte de la solución. Si los hispanohablantes no saben que un billón representa un uno seguido de doce ceros a su derecha, ni que para el número representado por un uno seguido de nueve ceros a su derecha existe otra palabra (millardo), la solución debe ser divulgar eso. Y si los hispanohablantes no saben inglés, la solución (que ya no compete a la RAE) es que lo aprendan.

Sea como sea, la solución no puede ser que una palabra sirva para denominar dos números diferentes. Y la solución no puede ser cambiar el significado de un palabra que representa a un número para que pase a representar otro número. Sin embargo, esperar que los miembros de la RAE hablen de forma unívoca cuando se refieran a los números es demasiado pedir.

Así que ya lo tienen, la próxima vez que un periodista iletrado traduzca one billion dollars como, ejem, un billón de dólares, pues sepan que si intentan corregir el desaguisado para aclarar que en el fondo eran mil millones, el interpelado dirá que no, que un billón es un billón es un billón…. Y para más risas probablemente esto lo hará un periodista que cubra la sección de tecnología de un periódico cualquiera. Se quedará tan ancho, y las matemáticas y la exactitud con la que nos comunicamos pagarán el pato, again.

No, Thiel, no todos los monopolios son disputables

Monopolio

Se está armando mucho revuelo con el nuevo libro de Peter Thiel y lo que se interpreta como una defensa a ultranza de los monopolios. Lo han comentado como poco Antonio Ortiz y Jesús Alfaro. En WSJ se publicó hace unas semanas una columna con la idea central que está generando debate ahora.

Más allá de que se pueda ver este tipo de discursos como la nueva élite empresarial extendiendo su propia mitología acerca del emprendimiento, debemos estar de acuerdo en que cada innovación es un monopolio, durante un tiempo al menos.

iOS/iPhone de Apple fue un monopolio, y ahora es un monopolio disputado por Android de Google. Y podríamos debatir si toda la elección que tenemos es entre un único y gran monopolio o pequeños monopolios en los que una vez entras ya estás igual de atado (porque el coste de disidencia, de cambiar de sistema operativo, de proveedor de backups, de hardware, de sincronización entre dispositivos, de tienda de aplicaciones controlada por este proveedor, … es un coste enorme). Pero no es el objeto de este post y, en cualquier caso, representaría bien el caso de monopolio disputable que llegado un momento deja de ser tal monopolio. En los sistemas operativos móviles ahora mismo no hay monopolio, y eso es bueno para todos (Android supo beneficiarse de la innovación de iOS, y luego iOS ha calcado funcionalidades de Android, y tanto los usuarios de uno como los de otro han salido ganando de esa competencia.)

En cuánto dura ese tiempo y en cómo de fuerte es la posición del monopolista para prolongarlo artificial e indefinidamente en el tiempo estriba, a mi entender, la diferencia los monopolios indeseables que a todos nos vienen a la cabeza cuando pensamos en esa palabra y estos pequeños estallidos de innovación y beneficio global que defiende Thiel.

Responder la duda anterior nos lleva de cabeza al concepto de monopolio disputable frente al de incontestable. ¿Alaba Thiel los monopolios en que algún competidor, aunque sólo sea uno, puede estructurar una alternativa real al producto/servicio monopolístico o por el contrario está haciendo apología de esa situación en que tienes la renta garantizada por ausencia de competencia y, según él, puedes dedicarte a ser bueno y justo y majo? (Nota: ya sabemos que en ausencia de amenazas, desaparece el incentivo a la innovación, así que este segundo escenario incontestable e idílico es poco verosímil.)

Me da la sensación de que él asume que todos los monopolios son disputables según las reglas de mercado, por eso digo que creo entrever la mística de esa nueva élite empresarial que vende su discurso como reproducible cuando es probable que ya no lo sea.

Y es ahí donde yo veo su principal falla argumental, pues podemos argumentar razonablemente que es precisamente con Internet y la última globalización, cuando la escala óptima de las empresas ha crecido tanto que apenas hay espacio para un competidor global por mercado, que es más difícil que nunca armar una competencia real. Recomiendo leer el post y los comentarios acerca de lo difícil que es armar de la nada un competidor global en Internet.

Mantener a los monopolios de la era digital dentro de ese margen de «disputa» en el mercado que permmita la aparición de competidores es una labor tan dura que a quienes han vislumbrado mínimamente cómo poner barreras al líder de un sector para que no impida la emergencia de competidores le acaban de dar el Nobel de economía. Por eso creo que Thiel, por quien siento una cierta admiración, yerra en esta ocasión.

Aaron Swartz, Internet’s Own Boy

Aaron Swartz, Internet's Own Boy

El fallecimiento de Aaron Swartz pilló por sorpresa a todo el activismo por libertades en la nueva sociedad de control. Y sobre él se ha escrito ya tanto que es fácil deslizarse hacia la redundancia. Fácil que su figura se convierta en un reclamo más para atraer atención, como otros tantos argumentos. Aún así, no creo que se dejen de vender camisetas con el rostro del ché en la Gran vía madrileña porque para bien o para mal la cibercultura de los paseantes no llega para tanto.

El tema es que ayer pude ver Internet’s Own Boy, un documental sobre Aaron Swartz que recoge excelentemente muchas de las cosas que se conocen sobre él (el contexto en el que forja su carácter, su evolución como persona, y por supuesto el desenlace del affair con JStor y el MIT).

El único propósito de este post es el de recomendar el documental a quienes aún no lo hayan visto. Es una pieza informativa, seria, y que tiene la ventaja de no asumir conocimiento previo por parte del espectador, al que se le dan piezas bastantes para aún partiendo desde el desconocimiento armarse una buena idea sobre quién fue Aaron Swartz, cuáles fueron sus motivaciones, y por qué terminó como terminó.

Me gustó sobre todo una frase que aparece en el documental, en el que se avisa a la fiscalía (y a quienes se ampararon en la equidistancia para no defender a Swartz, como el MIT) de estar «en el lado equivocado de la Historia». Quiero creer que esa profecía sea cierta, pero van a disculpar que últimamente no soy el más optimista/idealista en estas cosas.

Como digo, corran a ver el documental.

Bocados de Actualidad (183º)

Tal y como ven, la sección fija menos fija de la blogosfera está de regreso, con todos ustedes, los Bocados, esa colección de enlaces y lecturas interesantes que no tuve tiempo (o ganas) de comentar durante la semana (porque esta sección solía ser semanal, aunque este año sólo haya acudido dos veces a su cita y estemos ya en octubre). En esta ocasión los Bocados vienen al ritmo de Pearl Jam, suena Binaural y yo dejo de robarle protagonismo al motivo que les ha traído hasta aquí, que no es otro que los enlaces del domingo.

  • Un artículo de hace unos meses (tantos como llevan sin aparecer los Bocados) en PopSci sobre el dilema ético de la robótica en la era de los coches que se conducen sólos: ¿debe el coche salvar tu vida o minimizar el número de víctimas mortales en un accidente, aún al precio de tu propia vida?
  • John Kay sobre anumerismo endémico, esta vez al hilo de créditos de bajo importe con tasas de interés desorbitadas.
  • Otra de economía familiar y ahorro en Educación financiera, si perdieras tu empleo, ¿cuánto tiempo podrías aguantar tu ritmo de vida?
  • ¿Es Twitter un amplificador de discursos incorrectos y ofensivos? No lo sé, pero de ser una «máquina de café» en la que descansar del Inbox a estar pendiente de las notificaciones, Twitter ha devuelto a los usuarios al punto de partida del que querían huir en primer momento. Por Kevin Marks.
  • Om Malik en su blog al hilo de los 800.000 comentarios recibidos por la consulta abirta por el gobierno federal estadounidense al hilo de la neutralidad de la red.
  • En el blog del proyecto Casa Tia Julia, ¿por qué no debes fiarte de las ayudas que prometen a los emprendedores?
  • Otra sobre neutralidad en Vice, de hace un tiempo: las operadoras cogidas in fraganti en un astroturfing para promover ideas contrarias a la neutralidad. Justo en el post de hace unos días se debatía en comentarios sobre quiénes son los verdaderos beneficiarios, por si alguien aún no se había enterado.
  • En Indiecamp, webmention, un protocolo que quiere actualizar la noción de pingback.
  • McKinsey y planes de fidelidad: tus mejores clientes te están haciendo trampas.
  • ¿Qué lector de feeds ofrece la mejor experiencia actual? Si hablamos de lectores como servicio, parece que Inoreader está muy por encima de Feedly. Otra cosa sería que busquemos software libre. El debate en los foros: Inoreader como information hub.
  • GigaOM: es hora de dejar Facebook Connect en favor del nuevo OpenID Connect.
  • ¿Sabías que el principal inculpado en la trama de Silk Road fue identificado gracias a re-Captcha de Google? Krebs on Security.
  • Ars Technica y la contaminación de acuíferos debido al gas natural emanado del fracking.
  • Politikon y por qué la hora de Berlín triunfa en Europa occidental. Más madera al debate del huso horario que más conviene a cada lugar…
  • En privacidad, Neelie Kroes dejó caer la idea de un «DNI europeo».
  • También sobre privacidad, Félix Haro sobre asociaciones profesionales en ese ámbito y por qué no forma parte de ninguna.
  • Por cerrar el tema privacidad, TechCrunch y Snowden diciendo que si te preocupa el tema dejes de usar Dropbox, Facebook, y Google. Casi ná.
  • Krugman, sobre economía y estabilidad política en Europa: «Puedes encontrar improbable la teoría de que Marine Le Pen saque a Francia fuera del euro y de la UE pero, ¿cuál es tu escenario?». Frases para reflexionar cuando oigan que «Francia no es Grecia», o «España no es república bananera».
  • GigaOM, Tim Wu hace campaña en Nueva York y hace de la neutralidad de la red su principal bandera. Ver la entrevista con Tim Wu que en su día hicimos en este blog.

Les dejo con una versión de Insignificance en directo, grabada en Köln (Colonia, en cristiano) en el año 2000. Apenas ha llovido desde entonces :)

Esto es todo por ahora. Hay más enlaces en los marcadores de Cartograf (aquí, el feed RSS) y alguna cosa también comparto en Twitter.

Como no perdemos las buenas costumbres, recuerdo que son bienvenidos enlaces e ideas tangenciales en comentarios, o aún mejor en los foros para debatir sin estrecheces de espacio sobre cualquier asunto. Buen domingo :)

Obama y la defensa explícita de la neutralidad de la red

Neutralidad y cables

Aunque últimamente hable menos del tema, a estas alturas nadie debería dudar que la neutralidad de la red es uno de los temas que atraen mi atención de forma más continua. Libertades básicas como las de información y comunicación, pero también básicas como la libertad de ganarte la vida emprendiendo sin trabas, dependen de que se preserve esta neutralidad.

Vilipendiada, atacada, asediada, pero también defendida (sí, por menos, y menos ruidosos, pero también defendida), la neutralidad de la Red está sometida al negro futuro de todas las cosas sobre las que se preguntará una y otra vez hasta que sean tumbadas, para luego no volver a ser preguntados al respecto. La UE o EE.UU. recibirán una y otra vez peticiones para tumbarla, y una vez caiga, probablemente nunca vuelvan a votar sobre su restauración, bajo el pretexto de que hacerlo dañaría a un sector entero.

Así, resulta algo sorprendente pero muy gratificante ver cómo algunos de los dirigentes más importantes del planeta como Obama se compromete pública y abiertamente a defender la neutralidad de la red. «Quiero que la FCC prohíba el cobro por acceso preferente en Internet».

Sé que a estas alturas es poco consuelo, pero menos da una piedra. Obama ha peleado políticamente para sacar adelante algunas de las líneas maestras de su programa (algunas de las más duras como la Affordable Care Act conocida como ObamaCare están transformado la prestación de servicios de salud tan sólo 1 año después de su entrada en vigor). En otros frentes se ha plegado ante la maquinaria industrial de ese país.

Se puede estar de acuerdo o en desacuerdo con su figura y sus políticas, pero a la sociedad occidental en general le viene muy bien que el actual presidente de los Estados Unidos sea sensible al problema que representa la eliminación de la neutralidad de la red.

Práctica deliberada y desempeño, otra idea de Gladwell para guardar en el cajón

Malcolm Gladwell, David and Goliath

Resumen del artículo publicado en Psychological Science y titulado Deliberate Practice and Performance in Music, Games, Sports, Education, and Professions: A Meta-Analysis:

More than 20 years ago, researchers proposed that individual differences in performance in such domains as music, sports, and games largely reflect individual differences in amount of deliberate practice, which was defined as engagement in structured activities created specifically to improve performance in a domain. This view is a frequent topic of popular-science writing—but is it supported by empirical evidence? To answer this question, we conducted a meta-analysis covering all major domains in which deliberate practice has been investigated. We found that deliberate practice explained 26% of the variance in performance for games, 21% for music, 18% for sports, 4% for education, and less than 1% for professions. We conclude that deliberate practice is important, but not as important as has been argued.

A menos que te hablemos de juegos, música, o deportes, la práctica deliberada explica una parte pequeñísima de las diferencias encontradas en el desempeño de diferentes personas. Para cualquier profesión no mencionada anteriormente, menos del 1% de la diferencia es atribuible a ésta, lo cual es verdaderamente poco. Si hablamos de rendimiento estudiantil, vía Antonio Ortiz descubro otro artículo recién publicado que avala precisamente la alta heredabilidad de la inteligencia; vamos, que la cosa va en los genes.

Así que a pesar de ser una referencia en libros de «ciencia popular», a estas alturas casi un cliché, la influencia de la práctica deliberada en la calidad del resultado/desempeño obtenido es mucho menor de lo que nos suelen decir.

Uno de los máximos valedores en términos de divulgación de la crucial importancia (ahora desmentida) de esta práctica deliberada y continua en la calidad de lo que las personas hacen es Malcolm Gladwell (dedicó un libro entero a este tema: Outliers, año 2008), representante de esa tipología de ideológos poco rigurosos aunque hábiles y cuyos argumentos suelen ser a la par llamativos y vacíos.

Economía colaborativa, tener la audacia de vender lo que ningún otro hombre ha vendido antes

Dicen que cuando Martin Varsavsky, estando al frente de Jazztel, llamó a las puertas de Renfe y se ofreció a pagarles por el permiso para tirar cables de cobre usando para ello los espacios al margen de las vías del tren, en Renfe no se podían creer lo que oían: ¡Martín estaba dispuesto a pagar por algo que ellos ni siquiera pensaban que pudiera comercializarse! Por supuesto, desde Renfe aceptaron. Y dicen que esa negociación ahorró a Jazztel millones de euros y le permitió suplir con ingenio la capacidad financiera de otros competidores que hace quince años invirtieron sumas enormes de dinero en cavar zanjas por las que pasar cables. La capacidad de ver que ese bien que nadie estaba comercializando era comercializable fue uno de los aciertos que Varsawsky tuvo al frente de esa compañía.

En Breve historia del futuro Jacques Attali cuenta cómo la historia de la sociedad y del comercio ha pasado desde hace siglos por la producción y comercialización de cosas que hasta ese momento no eran percibidas como «bienes por los que poder cobrar dinero». Se introduce en los estamentos de valor comercial elementos que no pertenecían a él y que de repente dejan de estar ociosos para pasar a ser explotados. Es lo que sucedió cuando se desarrolló la industria textil (hasta entonces todo el mundo cosía su propia ropa), o posteriormente el transporte colectivo (tren) e individual (Ford), que hasta entonces no se concebían como «algo por lo que la gente pague». Es también lo que está detrás del gran boom de todas las compañías que recogen y venden datos sobre las personas sin parar: antes esos datos no se vendían, porque para empezar ni siquiera existían. Ahora los ordenadores generan enormes cantidades de datos sobre las personas, y las empresas que ganan dinero vendiéndolos han hecho millonarios a sus dueños.

El auténtico reto es percibir con antelación la posibilidad de vender (o ayudar a otros a vender, siendo intermediario) lo que ningún otro hombre ha vendido antes. Si os parece mejor, lo expreso en forma de paráfrasis de Star Trek: lo que conocemos como economía colaborativa no es más que una nueva hornada de negocios que, como todos los negocios cuando fueron novedosos, construyen su éxito sobre la audacia de vender lo que ningún otro ha vendido antes.

Así puesta, la economía colaborativa se parece alarmantemente a la aclamada visión empresarial de Steve Jobs, cuando inventó o canibalizó mercados enteros teniendo la audacia de vender lo que nadie había vendido antes (ya fuera el iPod original, tablets, o un teléfono sin botones y con la superficie cubierta completamente por una pantalla táctil). Mejor lo dejo que comienzo a pensar que estos de la economía colaborativa (sin pecado concebida) al final lo que están es… intentando ganar algo de dinero para pagar los gastos del día a día, esa dignísima meta que todos y cada uno de nosotros perseguimos alcanzar a final de mes.

Desde hace un tiempo la moda es hablar de la «economía colaborativa» como una especie de maná caído del cielo. El discurso más extendido viene a decir que viene a desintermediar a las personas y a liberarlas de la búsqueda de enriquecimiento personal; ya saben todo eso de que el dinero mancha. Según el mantra, en la economía colaborativa los intercambios se hacen no para ganar dinero, sino para solucionar problemas prácticos entre personas, sin empresas de por medio que se enriquecen y acumulan las rentas de transacción. De ahí que ciertos públicos también la llamen «economía peer to peer». No quiero decir que Joey tuviera razón, pero por desgracia temo que no todo el mundo es tan altruista como Phoebe parecía creer en aquel memorable episodio de Friends.

En lo que a mí respecta, cada vez que veo a alguien hablar de «economía colaborativa» usando los argumentos expuestos arriba sufro un pequeño aneurisma.

Presentada una nueva red social para…

Cada vez que veo un titular en modo «una nueva aplicación para la economía colaborativa permite compartir…» recuerdo aquellos viejos titulares de hace ya muchos años con estructura similar: «Presentada una nueva red social para [introduzca aquí su tema vertical]». (Máscotas, cinéfilos, amantes de la música, empresas, fans de Lady Gaga, todo servía para el generador de titulares todo a 100; la mayoría de servicios de este tipo cerró, o languidece sin pena ni gloria camino del olvido.) Ni siquiera voy a culpar a los periodistas, no creo que eso tenga solución aunque les llamase la atención al respecto así que me concentro en otra cosa. Es tan sólo la constatación de que ese tipo de titulares rápidos y grandilocuentes, que sugieren que se trata de un hito histórico, rara vez van acompañados de la realidad.

La primera faceta de esa realidad es que la mayoría de aquellos servicios de hace años y de estos nuevos servicios «colaborativos» van a morder el polvo y de ellos no quedará ni una línea en los libros de historia. Y lo harán porque alguien no conseguirá ganar dinero con ellos.

Pero hay más, claro: una segunda faceta de esta realidad es que todos estos nombres deliberadamente inocentes («colaborativa») son fruto de una brillante acción de marketing, porque los negocios en la economía colaborativa o peer to peer ni son más colaborativa que cualquier otro tipo de negocio ni son más horizontales y desintermediados que los «clásicos». Ningún economista que te diga que la economía colaborativa es en realidad colaborativa y sin ánimo de lucro ha pensado en esto el tiempo suficiente. Y si lo ha hecho, o no se ha enterado de nada o al afirmar tal cosa no está siendo honesto. No hay más opciones. Sorry, pals.

¿Qué es colaborativo, y qué no? La gran campaña de marketing de BlablaCar y el corolario de la economía colaborativa

Cuando una persona anuncia en BlablaCar que va de Madrid a Denia en su coche y que tiene varios asientos libres, lo que pretende es ahorrarse una parte del gasto de su viaje. Esto es, pretende a final del día tener en el bolsillo un puñado de euros más que si hubiera ido solo. Eso es ganar dinero, y no es más colaborativo que levantarse temprano para hacer buen pan y que unas horas más tarde alguien (que ha dormido plácidamente toda la noche) se lleve una hermosa y generosa hogaza a cambio de un par de euros. Pero claro, lo del pan no es colaborativo ni cool ni tiene glamour.

Los panaderos (y otros colectivos) necesitan más asesoría comercial postmoderna, y más estilistas hipster.

Pese a lo que mucha gente suele pensar, Uber y BlablaCar solamente difieren en cuanto al tipo de trayecto que introducen al mercado de transportes (corta distancia y con horario no previsible, algo tipo taxi, frente a media distancia o larga distancia organizado con planificación previa, más como un autobús o tren intercity), pero son idénticos en cuanto a lo que hacen respecto del sistema de transporte público de una ciudad: habilitan como transporte de pago a vehículos y prestadores que antes no formaban parte de ese ecosistema empresarial. También son idénticos en que ambos acumulan la atención del cliente potencial, centralizándola en torno a ese proyecto, lo que hace que sea más fácil vender tu capacidad de transporte anunciándote en esas webs que ya tienen la atención del consumidor que hacer la guerra por tu cuenta, en solitario. Pero en tanto ambos tienen la atención del consumidor, ambos son intermediarios en la transacción y ambos terminarán comisionando por ese servicio prestado; es la particular renta de posición de este prestador de servicios de intermediación. Sí, BlablaCar también; es inevitable y lo fue desde el principio.

Esta última es la gran lección, algo así como el corolario de la intermediación de mercados en la «economía colaborativa»: si al introducir o crear un mercado para bienes que actualmente no se comercializan existe la opción de intermediar ese mercado y «capturar» una cuota importante del mismo, entonces alguien va a desarrollar un negocio (bajo la piel de un servicio/«app») para intermediar y capturar ese nuevo mercado. El objetivo, por supuesto, no es otro que ganar dinero articulando un mercado de bienes que actualmente no estaban siendo vendidos en ningún mercado (¿tienes hueco libre en tu mochila o maletero? Conviértete en un «MRW colaborativo»; ¿pasas temporadas fuera de casa? Alquila tu plaza de parking) obtener tal efecto red que se dificulte (o inhabilite) la creación de un competidor que fuerce el establecimiento de un «mercado disputado».

Si no es posible actuar claramente como intermediario, la situación recordará a la de los proyectos de software libre: es fácil lanzar un proyecto de software libre, pero es harto complicado conseguir los apoyos sostenidos en el tiempo necesarios para mantenerlo (para evolucionar el software, corregir vulnerabilidades, pulirlo, etc.). Porque es muy difícil obtener rentas de ello, se puede uno ganar la vida, pero no habrá rentas. Y sin rentas es muy difícil contentar a inversores que paguen campañas de marketing enormes como las de ciertos actores relevantes de la mal llamada economía colaborativa.

Es economía, sin más

De forma que la economía colaborativa no es ni más ni menos colaborativa que la de toda la vida. Lo que conocemos como economía colaborativa tiene en común que son sistemas con la audacia suficiente para concebir como comerciables bienes con los que nadie jamás ha comerciado antes.

Por lo demás, sus dinámicas son las de capturar la atención y generar efecto red como es común en todos los negocios digitales. Si atendemos a su vocación, la de quien monta el negocio y construye la marca es netamente intermediadora (como sucede en mercados tan «caspas» como el inmobiliario) y si nos fijamos en el usuario su vocación es la de ganar unos euros con algo que está desaprovechando (como quien vende en eBay un objetivo de su cámara réflex porque ya ha comprado el nuevo modelo).

Unos y otros tienen el mismo buen corazón (o mal corazón, pero presupongo bondad porque es lo más normal) que el panadero que madruga mientras tú duermes para que desayunes pan caliente, y espera que le pagues por ese pan una cantidad de dinero justa y razonable.

Todo es de lo más normal, y lo único novedoso es el tipo de productos y servicios que en cada caso se comercializan (habitaciones sin usar, espacio en el maletero del coche, asientos libres en vehículos, etc.).

La gran pregunta pendiente es: ¿cuándo los creyentes y más firmes defensores de la economía colaborativa perderán la inocencia en torno al hype y aceptarán que este tipo de servicios son muy saludables pero que desde luego no son altruistas ni persiguen erradicar el concepto de dinero para instaurar una especie de cultura del trueque?

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