Economía colaborativa, tener la audacia de vender lo que ningún otro hombre ha vendido antes

Dicen que cuando Martin Varsavsky, estando al frente de Jazztel, llamó a las puertas de Renfe y se ofreció a pagarles por el permiso para tirar cables de cobre usando para ello los espacios al margen de las vías del tren, en Renfe no se podían creer lo que oían: ¡Martín estaba dispuesto a pagar por algo que ellos ni siquiera pensaban que pudiera comercializarse! Por supuesto, desde Renfe aceptaron. Y dicen que esa negociación ahorró a Jazztel millones de euros y le permitió suplir con ingenio la capacidad financiera de otros competidores que hace quince años invirtieron sumas enormes de dinero en cavar zanjas por las que pasar cables. La capacidad de ver que ese bien que nadie estaba comercializando era comercializable fue uno de los aciertos que Varsawsky tuvo al frente de esa compañía.

En Breve historia del futuro Jacques Attali cuenta cómo la historia de la sociedad y del comercio ha pasado desde hace siglos por la producción y comercialización de cosas que hasta ese momento no eran percibidas como «bienes por los que poder cobrar dinero». Se introduce en los estamentos de valor comercial elementos que no pertenecían a él y que de repente dejan de estar ociosos para pasar a ser explotados. Es lo que sucedió cuando se desarrolló la industria textil (hasta entonces todo el mundo cosía su propia ropa), o posteriormente el transporte colectivo (tren) e individual (Ford), que hasta entonces no se concebían como «algo por lo que la gente pague». Es también lo que está detrás del gran boom de todas las compañías que recogen y venden datos sobre las personas sin parar: antes esos datos no se vendían, porque para empezar ni siquiera existían. Ahora los ordenadores generan enormes cantidades de datos sobre las personas, y las empresas que ganan dinero vendiéndolos han hecho millonarios a sus dueños.

El auténtico reto es percibir con antelación la posibilidad de vender (o ayudar a otros a vender, siendo intermediario) lo que ningún otro hombre ha vendido antes. Si os parece mejor, lo expreso en forma de paráfrasis de Star Trek: lo que conocemos como economía colaborativa no es más que una nueva hornada de negocios que, como todos los negocios cuando fueron novedosos, construyen su éxito sobre la audacia de vender lo que ningún otro ha vendido antes.

Así puesta, la economía colaborativa se parece alarmantemente a la aclamada visión empresarial de Steve Jobs, cuando inventó o canibalizó mercados enteros teniendo la audacia de vender lo que nadie había vendido antes (ya fuera el iPod original, tablets, o un teléfono sin botones y con la superficie cubierta completamente por una pantalla táctil). Mejor lo dejo que comienzo a pensar que estos de la economía colaborativa (sin pecado concebida) al final lo que están es… intentando ganar algo de dinero para pagar los gastos del día a día, esa dignísima meta que todos y cada uno de nosotros perseguimos alcanzar a final de mes.

Desde hace un tiempo la moda es hablar de la «economía colaborativa» como una especie de maná caído del cielo. El discurso más extendido viene a decir que viene a desintermediar a las personas y a liberarlas de la búsqueda de enriquecimiento personal; ya saben todo eso de que el dinero mancha. Según el mantra, en la economía colaborativa los intercambios se hacen no para ganar dinero, sino para solucionar problemas prácticos entre personas, sin empresas de por medio que se enriquecen y acumulan las rentas de transacción. De ahí que ciertos públicos también la llamen «economía peer to peer». No quiero decir que Joey tuviera razón, pero por desgracia temo que no todo el mundo es tan altruista como Phoebe parecía creer en aquel memorable episodio de Friends.

En lo que a mí respecta, cada vez que veo a alguien hablar de «economía colaborativa» usando los argumentos expuestos arriba sufro un pequeño aneurisma.

Presentada una nueva red social para…

Cada vez que veo un titular en modo «una nueva aplicación para la economía colaborativa permite compartir…» recuerdo aquellos viejos titulares de hace ya muchos años con estructura similar: «Presentada una nueva red social para [introduzca aquí su tema vertical]». (Máscotas, cinéfilos, amantes de la música, empresas, fans de Lady Gaga, todo servía para el generador de titulares todo a 100; la mayoría de servicios de este tipo cerró, o languidece sin pena ni gloria camino del olvido.) Ni siquiera voy a culpar a los periodistas, no creo que eso tenga solución aunque les llamase la atención al respecto así que me concentro en otra cosa. Es tan sólo la constatación de que ese tipo de titulares rápidos y grandilocuentes, que sugieren que se trata de un hito histórico, rara vez van acompañados de la realidad.

La primera faceta de esa realidad es que la mayoría de aquellos servicios de hace años y de estos nuevos servicios «colaborativos» van a morder el polvo y de ellos no quedará ni una línea en los libros de historia. Y lo harán porque alguien no conseguirá ganar dinero con ellos.

Pero hay más, claro: una segunda faceta de esta realidad es que todos estos nombres deliberadamente inocentes («colaborativa») son fruto de una brillante acción de marketing, porque los negocios en la economía colaborativa o peer to peer ni son más colaborativa que cualquier otro tipo de negocio ni son más horizontales y desintermediados que los «clásicos». Ningún economista que te diga que la economía colaborativa es en realidad colaborativa y sin ánimo de lucro ha pensado en esto el tiempo suficiente. Y si lo ha hecho, o no se ha enterado de nada o al afirmar tal cosa no está siendo honesto. No hay más opciones. Sorry, pals.

¿Qué es colaborativo, y qué no? La gran campaña de marketing de BlablaCar y el corolario de la economía colaborativa

Cuando una persona anuncia en BlablaCar que va de Madrid a Denia en su coche y que tiene varios asientos libres, lo que pretende es ahorrarse una parte del gasto de su viaje. Esto es, pretende a final del día tener en el bolsillo un puñado de euros más que si hubiera ido solo. Eso es ganar dinero, y no es más colaborativo que levantarse temprano para hacer buen pan y que unas horas más tarde alguien (que ha dormido plácidamente toda la noche) se lleve una hermosa y generosa hogaza a cambio de un par de euros. Pero claro, lo del pan no es colaborativo ni cool ni tiene glamour.

Los panaderos (y otros colectivos) necesitan más asesoría comercial postmoderna, y más estilistas hipster.

Pese a lo que mucha gente suele pensar, Uber y BlablaCar solamente difieren en cuanto al tipo de trayecto que introducen al mercado de transportes (corta distancia y con horario no previsible, algo tipo taxi, frente a media distancia o larga distancia organizado con planificación previa, más como un autobús o tren intercity), pero son idénticos en cuanto a lo que hacen respecto del sistema de transporte público de una ciudad: habilitan como transporte de pago a vehículos y prestadores que antes no formaban parte de ese ecosistema empresarial. También son idénticos en que ambos acumulan la atención del cliente potencial, centralizándola en torno a ese proyecto, lo que hace que sea más fácil vender tu capacidad de transporte anunciándote en esas webs que ya tienen la atención del consumidor que hacer la guerra por tu cuenta, en solitario. Pero en tanto ambos tienen la atención del consumidor, ambos son intermediarios en la transacción y ambos terminarán comisionando por ese servicio prestado; es la particular renta de posición de este prestador de servicios de intermediación. Sí, BlablaCar también; es inevitable y lo fue desde el principio.

Esta última es la gran lección, algo así como el corolario de la intermediación de mercados en la «economía colaborativa»: si al introducir o crear un mercado para bienes que actualmente no se comercializan existe la opción de intermediar ese mercado y «capturar» una cuota importante del mismo, entonces alguien va a desarrollar un negocio (bajo la piel de un servicio/«app») para intermediar y capturar ese nuevo mercado. El objetivo, por supuesto, no es otro que ganar dinero articulando un mercado de bienes que actualmente no estaban siendo vendidos en ningún mercado (¿tienes hueco libre en tu mochila o maletero? Conviértete en un «MRW colaborativo»; ¿pasas temporadas fuera de casa? Alquila tu plaza de parking) obtener tal efecto red que se dificulte (o inhabilite) la creación de un competidor que fuerce el establecimiento de un «mercado disputado».

Si no es posible actuar claramente como intermediario, la situación recordará a la de los proyectos de software libre: es fácil lanzar un proyecto de software libre, pero es harto complicado conseguir los apoyos sostenidos en el tiempo necesarios para mantenerlo (para evolucionar el software, corregir vulnerabilidades, pulirlo, etc.). Porque es muy difícil obtener rentas de ello, se puede uno ganar la vida, pero no habrá rentas. Y sin rentas es muy difícil contentar a inversores que paguen campañas de marketing enormes como las de ciertos actores relevantes de la mal llamada economía colaborativa.

Es economía, sin más

De forma que la economía colaborativa no es ni más ni menos colaborativa que la de toda la vida. Lo que conocemos como economía colaborativa tiene en común que son sistemas con la audacia suficiente para concebir como comerciables bienes con los que nadie jamás ha comerciado antes.

Por lo demás, sus dinámicas son las de capturar la atención y generar efecto red como es común en todos los negocios digitales. Si atendemos a su vocación, la de quien monta el negocio y construye la marca es netamente intermediadora (como sucede en mercados tan «caspas» como el inmobiliario) y si nos fijamos en el usuario su vocación es la de ganar unos euros con algo que está desaprovechando (como quien vende en eBay un objetivo de su cámara réflex porque ya ha comprado el nuevo modelo).

Unos y otros tienen el mismo buen corazón (o mal corazón, pero presupongo bondad porque es lo más normal) que el panadero que madruga mientras tú duermes para que desayunes pan caliente, y espera que le pagues por ese pan una cantidad de dinero justa y razonable.

Todo es de lo más normal, y lo único novedoso es el tipo de productos y servicios que en cada caso se comercializan (habitaciones sin usar, espacio en el maletero del coche, asientos libres en vehículos, etc.).

La gran pregunta pendiente es: ¿cuándo los creyentes y más firmes defensores de la economía colaborativa perderán la inocencia en torno al hype y aceptarán que este tipo de servicios son muy saludables pero que desde luego no son altruistas ni persiguen erradicar el concepto de dinero para instaurar una especie de cultura del trueque?

Perfectopía, algunas buenas ideas que podrían estar más pulidas

Perfectopía

Estos días anduve leyendo Perfectopía de León Hernández, libro que compré este verano (por recomendación de Alfredo) en formato digital pero cuya lectura no pude abordar hasta hace apenas nada.

Se trata de un libro breve, apenas 300 páginas, y que por tanto se lee verdaderamente rápido. Es un libro de acción y la historia de los personajes te engancha para leer bastante seguido, con lo que ese objetivo lo cumple bien.

La trama transcurre en un futuro próximo (arrancando en un hipotético 2017 para llegar a una futurista década de 2030 descrita en la que es probablemente la parte más disfrutable del libro), que se debate en sus páginas entre la distopía y la utopía.

Perfectopia

La novela trata las implicaciones para Europa de una radicalización de la situación de crisis económica prolongada como la actual, con deterioro de instituciones estatales y supraestatales que desemboca en la instauración en paralelo de diferentes regímenes (desde el pseudo-totalitario inspirado en el 1984 de Orwell a una teocracia radical cristiana, o las opciones socialdemócrata y liberal), pero eso sí, todos ellos perfectamente democráticos y elegidos voluntariamente en las urnas por quienes deciden someterse a esos diferentes modos de vida, durante 4 años (el sistema descrito permite cambiar a los cuatro años, en las siguientes elecciones).

La propuesta es interesante, pero creo que peca de inocente, o quizá sea infantil en términos de narrativa por ser muy directo en la narración, o un tanto sencillo en la elaboración del mapa situacional de quiénes son los buenos y quiénes los malos. El sabor de boca que me queda es similar al que me quedó tras ver las películas de Harry Potter, la idolatrada saga que tras ocho películas (y aquí hay una gran diferencia, ocho novelas largas frente a una historia de longitud medianita) es incapaz de aportar tridimensionalidad ni a los buenos, ni a los malos, ni a sus motivaciones.

El descargo, claro, es que aquí son sólo 300 páginas, y quizá esto nos da pie a hablar de cómo más allá de lo que uno piense sobre los diferentes escenarios descritos en la novela, creo que aunque el libro habría perdido la esencia de obra breve, dedicar más tiempo a matizar todos ellos para que fueran menos arquetípicos y más creíbles habría mejorado la obra en su conjunto desde el punto de vista literario, algo que seguramente ayudaría a juzgar con mayor seriedad las ideas contenidas en ella. Me habría encantado saber algo más acerca de ese entorno futurista que apenas se muestra en pinceladas en el libro. Quizá el autor pecó de excesivamente ambicioso queriendo introducir y resolver una trama en un mundo ficticio como éste en tan pocas páginas.

No lo digo con ánimo de nada, yo precisamente jamás escribí una obra de ficción de esta envergadura, ni me veo capaz de hacerlo aunque me gustaría acudir a talleres como los que se organizan en Casa Tia Julia. Pero una vez me dijeron que «en literatura la caída de una hoja puede ser tan buen vehículo como la caída de un ángel», y que por tanto no hace falta que cada vez recurrir a grandes cosas, ni magnitudes enormes ni eventos tremendos, para contar la historia que se quiere contar. De ese exceso de magnitud en la trama peca un poco este libro, aparte de, como digo, ser quizá demasiado raso/transparente/breve en sus planteamiento.

Por lo demás, para ser una obra breve que se lee rápidamente y que me ha divertido, estoy corriendo el peligro de que mi post haga demasiados spoilers o resulte más aburrido y largo de leer que el libro. Así que lo dejo aquí.

Un viaje en el tiempo

Uno de mis juegos favoritos, la Serpiente de los móviles Nokia, es un juego al que vuelvo una y otra vez y que lo que está contando en realidad es una historia de viajes en el tiempo: te enfrentas a tu yo del pasado y a sus actos.

Nacho Vigalondo, en una entrevista sobre ciencia ficción publicada en Xataka.

Nunca lo había visto así, pese a que sólo los dioses saben la cantidad de veces que jugué a ese juego en mi viejo Nokia 3210, ¡mi primer teléfono móvil, y un teléfono verdaderamente memorable!

Potencias de diez

Potencias de diez

Si hay algo que me sorprende en mi día a día cuando me relaciono por motivos de trabajo con personas que no tienen formación científica es en la dificultad de visualizar las escalas cuando hablamos de potencias.

Las potencias son una forma sencilla de anotar un número, y cualquiera podría explicarte el concepto. Sabemos que 102 equivale a 100 (un uno y dos ceros a su derecha), y que 106 equivale a 1 000 000 (esto es, un uno y seis ceros a su derecha). Si nos dijeran que en apenas 60 gramos de sal común (cloruro de sodio) hay aproximadamente 1023 átomos (esto es, un uno y veintitrés ceros a su derecha) y luego nos dijeran que en el universo hay entre 1078 y 1082 átomos (un uno y ochenta y dos ceros a su derecha), podría parecernos que en el universo hay pocos átomos para lo que podemos contemplar en un puñado de sal.

Por eso me parece tan maravilloso este vídeo clásico, original del año 1977, sobre potencias de diez. Porque de una forma muy didáctica ayuda a comprender el efecto de las mismas, lo que sucede al añadir un sencillo cero a la derecha de una distancia o un tamaño, la transformación que tiene lugar.

Y ojo, apenas llega a la vigésima potencia. Intenten visualizar a esa pareja tomando el picnic desde la distancia más lejana que explica el vídeo. E intenten multiplicarla por millones de millones de millones (esto es, hasta llegar a una distancia de 1080 metros, un uno seguido de ochenta ceros).

Es abstracto, soy consciente, muchos quizá podrían pensar en estos números como en pequeños poemas en un idioma extranjero. Y también soy consciente de que esa capacidad de entender la abstracción es valiosa aún cuando no trabajemos con estas magnitudes. La mayoría de personas con las que tratan a diario tendrían bastantes problemas enfrentados a esta abstracción, por eso comparto este vídeo, porque es un recurso didáctico fenomenal que dura apenas 9 minutos. La mitad de lo que dura una charla TED superficial de ésas que prometen cambiar tu concepción del mundo a base de ramplón cherry picking.

El mito de que en Internet no hay barreras de entrada al negocio

Juego de tronos, al norte del muro

Uno de los grandes mitos de Internet es que en Internet no hay barreras de entrada para impulsar nuevos negocios. Es repetido hasta la saciedad por personas que llegaron a Internet tarde y que en 2014 siguen hablando en términos de «2.0».

Hace unos días, sin ir más lejos, llegué vía mi buen amigo Luis Rull a un post sobre el tema, que incurre en todos los errores habituales de quienes en realidad tienen un discurso flojo, desfasado, respecto de cómo funciona el lanzamiento y enfoque de una startup. Seguramente porque jamás han estado cerca del lanzamiento de una, aunque se pasen la vida hablando de «management 2.0» y otros humos arcoiris.

Es tremendo encontrar regurgitado sin más, y a estas alturas, el mito de que no hay barrera de entrada para lanzar un negocio en Internet a la vez que se habla de lo sencillo rápido barato y chupiguay que es lanzar un clon de Uber, empresa que suma un total de 1500 millones de dólares de financiación en 4 rondas con un total de 32 inversores diferentes, según los registros de Crunchbase.

Es difícil tener los pies más lejos del suelo de la realidad y es una barbaridad tan grande que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que el que afirme tal cosa esté en lo correcto.

Programar la idea básica de un servicio web o una aplicación móvil puede ser relativamente accesible sobre todo si tienes al hacker ya «en casa», sin duda menos gravoso que abrir un negocio clásico de retail (un restaurante, por ejemplo, con su licencia de apertura, sus certificados de sanidad, su local, sus stocks, …).

Pero eso aplica sólo a la idea inicial. Pulir el software, sin embargo, comienza a ser caro. Los buenos programadores son caros como cualquier otro trabajador de alta cualificación y en Internet el ganador se lo lleva todo por lo que has de tener el mejor servicio/producto en cualquiera que sea tu nicho. Eso es caro, desarrollar buen software lleva tiempo, requiere buenas manos y mejores mentes. Los miles de euros se comienzan a acumular.

Agárrense porque estamos comenzando. Si darle la forma básica a una startup cuesta 100.000 euros, construir la marca y publicitarla es comparativamente el gran bocado presupuestario. Caro, carísimo. El presupuesto de marketing fácilmente multiplicará el de desarrollo, al menos si no queremos abandonar los objetivos de negocio. De entre todos los capítulos que vagamente se engloban en marketing, el capítulo de captación de usuarios suele ser un pedazo enorme de la tarta en este tipo de proyectos. Aún ahora, valorada en miles de millones y habiendo puesto en jaque al sector del taxi en EE.UU., Europa y América latina, Uber continúa subvencionando trayectos para captar usuarios.

¿De verdad vamos a tener que seguir oyendo que en Internet no hay barrera de entrada para lanzar negocios? Puede que eso fuera así antes, con muchas reservas que apuntarían a tipos concretos de negocios. Ahora podemos preguntarnos si este mito no es una idealización de la meritocracia en Internet alimentada, precisamente, por la nueva élite razonablemente reaccionaria que ha emergido de esta primeras dos décadas de negocios en Internet. Cuando Internet era cosa nueva a la que el big business no prestaba atención. Actualmente hay dos factores que van en contra de esto:

  • La lógica de winner takes all tan propia de Internet y su potentísimo efecto red unida al crecimiento salvaje y desorbitado de Internet hacen que para tener opciones de ser ese ganador que consigue sobrevivir y hacer negocio tengas que crecer mucho, probablemente necesites tener envergadura para ser un actor global solvente y con un producto suficientemente bueno para evitar que los usuarios te abandonen. Esto si ya tienes el efecto red a favor, porque si no lo tienes, te tocará superar ampliamente el valor ofrecido por la competencia para luchar contra un efecto red adverso (esto es, una inversión aún mayor que la de construir tu servicio en ausencia de un competidor que haya llegado primero al mercado).
  • Desde que se descubrió la forma de aplicar lógica intensiva en capital a los negocios de Internet, lo que junto a la paradoja de Internet desembocó en la recentralización y el cloud computing, no hay una sola idea de negocio que no sea replicada aplicando estos principios de la computación como servicio y en remoto, porque el que la monta sabe que así alza las barreras de entrada a los competidores. Ergo, quizá tú no lo tengas en cuenta, pero más te vale asumir que la competencia va a recurrir a economías de escala para que un acceso intensivo a capital suponga una ventaja competitiva.

Ambos factores suman a la consecuencia general: por supuesto que hay barrera de entrada para lanzar una startup que pretenda hacer negocio en Internet. Por todos los dioses, a estas alturas resulta complicado incluso construir una audiencia en torno a un sencillo blog de empresa.

Sí, sí hay barrera de entrada a lanzar negocios por Internet, puede que lanzar determinados negocios no tenga una barrera alta como el muro de hielo que describe George Martin en Canción de hielo y fuego, pero la hay. Hace falta mucho capital y rara vez encontraremos más de un proyecto exitoso atendiendo a un mismo nicho. El presupuesto para crecer más rápido que la competencia y captar usuarios será grande o no será, sopena de que a los inversores les apetezca tirar el dinero (escenario poco convincente) o no tengan mucha idea sobre el tema.

Supongo que este post servirá de poco: el uso de argumentos de hace una década sin ponerlos al día va a seguir teniendo lugar porque hay, ante todo, una gran cantidad de personas que, cuan Mulder, quieren creer, y que seguramente pasa más tiempo atendiendo a sesiones de asesoría de gestión propias de los años 70-80 (aunque lo llamen design thinking o coaching, o como quieran) que de asesorarse debidamente sobre la correcta toma de decisiones tecnológicas para la empresa, y sobre todo para una empresa que quiere poner Internet a su servicio, y no al revés.

Cuando las empresas se pasan de cercanas con sus newsletters

Directores de comunicación y marketing del mundo mundial, oidme: me doy de baja de todas y cada una de las newsletters corporativas que recibo firmada por una persona con nombre y apellidos.

Sin excepción, me doy de baja incluso de aquellas que quería seguir recibiendo. Pocas cosas hay en mi bandeja de entrada que me cabreen tanto como ver un mensaje firmado por un ser humano y que al abrirlo me dé en la cara la típica cabecera de MailChimp acompañada del logo de la empresa de turno.

Esa modita de enviar boletines electrónicos corporativos firmados con nombre y apellidos que al menos para mí llegó con Twitter hace ya muchos años se ha extendido en los dos últimos años hasta el ridículo, y no me parece honesto. (Nota: espero que el lector de este blog sea consciente de que no, Biz Stone no sabe quien eres y jamás te ha escrito un e-mail personalmente a ti; y sé que algunos lectores de este blog sí conocen personalmente a Biz, no va por ustedes, pero ya entienden lo que quiero decir.)

Me crispa la falta de honestidad. Y me crispa igual cuando la falta de honestidad la percibo en una empresa, faltaría más: ¡alguien que espera que pague sus servicios/productos con mi dinero y comienza el día intentando tomarme el pelo! Esas dos cosas a la vez no pueden ser, escoge tu propia aventura.

Cómo generar un «Valley» en tu ciudad que de verdad funcione

Silicon Valley

Auténtica moda en el último lustro, cuando la crisis económica golpeó más duro, el anuncio de creación de «valles» acá y allá nos permitiría construir un mapa tan absurdo y bizarro como los que podríamos hacer estudiando el rotondismo. Hoy voy a hablar de este fenómeno y a falta de otros ejemplos más cercanos o sangrantes, voy a hablar de Málaga Valley.

¿Qué es Málaga Valley?

Es la versión costa del sol del fenómeno que mejor ha heredado el espíritu del ladrillazo especulador: el anuncio de iniciativas públicas que aspiran a crear en la ciudad de turno un entorno empresarial y cultural equiparable a Silicon Valley en California.

No debería sorprenderos que al ladrillazo le siguiera este tipo de iniciativas: en algunos casos se trataba de utilizar infraestructuras construidas y completamente abandonadas por falta de demanda, en otros de poner cuatro duros para construir un galpón en la incauta esperanza de que el próximo Mark Zuckerberg vendría a ocuparlo de forma espontánea, sin mayor incentivo.

Presentado a bombo y platillo en 2011, el Club Málaga Valley convocó a numerosas empresas tecnológicas en torno a la ciudad de Málaga con la ambición de que todas se instalaran en la ciudad y se diera esa suerte de transformación económica de la ciudad. En 2014, el proyecto sigue existiendo aparentemente, pues tienen una página web activa aunque con estética 2008 en la que ni siquiera han cuidado las url limpias, que no tiene versión móvil y cuyo menú de navegación principal no funciona en pantallas táctiles. El copyright de la página indica que está controlada por el Ayuntamiento de Málaga. Ésta es la carta de presentación que la administración ha preparado para quienes se interesen por el proyecto. Fiasco.

Por descontado, el proyecto ha sido olvidado por todos menos por quienes de vez en cuando pasan por Málaga (y por quienes viven allí a tiempo completo, claro). El olvido del proyecto era inevitable por su planteamiento cortoplacista y clásico de la administración en estas latitudes: se buscaba salir en los telediarios, poder marcar un par de penalties con los que presumir de estar sentando las bases de «cambio del modelo productivo» y «la salida de la crisis». Mucha pose, y poco pensar cuáles son los ingredientes que hacían falta para que la pose no se quedase en eso y llegase a ser algo más, a dar algún fruto.

El único motivo por el que ando reflexionando sobre el tema es que en estas semanas veraniegas compartí un sugerente almuerzo con Amalio Rey en el que aparte de disfrutar del sol y la playa, debatimos sobre el estado del arte en materia de emprendedurismo en Málaga. Amalio me contó que tras el anuncio de Málaga Valley se movilizaron alternativas como Boqueron Bay (hasta el nombre está inspirado en el proyecto del cual querían diferenciarse), promovidas al margen de la administración y que, sin el suficiente apoyo externo y sin el apoyo del ámbito público, tampoco consiguieron despegar.

Como administración, qué necesitas para construir un «valle» en tu ciudad

Si necesitas construirlo es porque con tus condiciones de contexto no se ha generado. Te falta uno o varios ingredientes para que suceda, y tu objetivo debe ser conseguirlos.

Para empezar, debes ser capaz de iniciar el círculo virtuoso que atraiga empresas, que atraigan talento, que atraiga a más empresas sabedoras de que encontrarán talento, que atraiga a más talento, y así hasta tocar el cielo.

La administración pública tiene tendencia a solucionar las cosas «de penalti». Convocan a algún gran directivo y le hacen lo que la administración considera una oferta irrechazable: oficinas gratis para un centro de, digamos, 150 empleados. Con esto esperan salir en todos los telediarios al grito de «tal empresa se instala en Málaga y creará centenares de empleos». Y por supuesto que salen, por eso lo hacen. Pero esas estrategias no escalan, no son sostenibles, no son la solución.

Podrás decir que tienes «un valle» (aun cuando no se llame valle) en tu ciudad cuando cualquier empresa decida, sin que tú tengas que reunirte con su director general para España y Portugal, o para Europa si se tercia, implantarse en tu ciudad. Y cuando no tienes un círculo virtuoso de talento+empresas+ecosistema, el único incentivo que las empresas son capaces de descifrar es el monetario.

Puedes dedicarte a pensar cómo quieres que funcionen las cosas, o puedes analizar cómo funcionan para adaptarte a esa lógica y ponerla a tu servicio. Las empresas no pueden ir a la cárcel ni ser condenadas a muerte, lo peor que les puede pasar es que les toques la hucha. Si quieres dar salida a un círculo virtuoso debes comenzar por atraer empresas, sabiendo que la hucha es lo que más les duele, pon esa condición a tu favor y haz que cuando les hables vean que tu efecto sobre su hucha es beneficioso. Dicho de otra forma: ventajas fiscales u ostracismo para tu valle.

Si van a criticar esta aproximación, déjenme preguntales: ¿cuánto tributarían Bayer o Roche si se instalasen en Málaga con una rebaja fiscal del 50% y cuánto tributarían si no se instalan en absoluto? En el primer caso, aunque hicieran trampas con los beneficios, aún pagarían nóminas de empleados de alta cualificación. Si esta justificación no es suficiente, te recomiendo volver al párrafo anterior o parar de leer, que no quiero que luego piensas que te robo tiempo.

Qué no tenía Málaga Valley

Málaga parte de la no existencia de un círculo virtuoso de empresas+talento. Sencillamente, no es la Ítaca del trabajo tecnológico, ni biotecnológico, ni científico en general.

No tiene la Universidad de Stanford. Que nadie se lo tome a mal, la Universidad de Málaga es mi alma mater y reciben pocos laureles para lo bien que se hacen las cosas en algunos grupos de investigación y para el buen nivel que tienen muchos de los profesores investigadores, pero no es Stanford.

Por último, Málaga Valley no ha enviado la batseñal adecuada a las empresas: cuando un montón de pequeñas empresas «de las que empiezan en un garaje» ven el tipo de reuniones/chanchullo en las que se embarca la administración pública en nombre del ecosistema y de Málaga Valley, salen huyendo. Ven el escenario y saben que ahí está todo vendido de antemano.

A esas pequeñas empresas, sin embargo, podrían darles incentivos para que comiencen a trabajar ahí: si es una empresa nueva, o joven, no hay mejor incentivo que rebajarle los impuestos, un tiempo al menos. Nada de subvenciones, las subvenciones sólo alimentan al pícaro que va a por el dinero gratis haciendo trampas. Carga fiscal rebajada sobre el dinero contante y sonante, muy real, que la empresa gaste para operar, ya sean salarios, trabajo con proveedores, o lo que sea. Rebaja de impuestos: una vez más es hacer que las condiciones de contexto jueguen a tu favor. Cuando nadie más hace eso, la ventaja competitiva de hacerlo es tal que te permitirá sanear las cuentas públicas y transformar la ciudad.

¿Está Málaga Valley a tiempo de resurgir?

Parece improbable. No veo en la administración pública (ni en Madrid, ni en Sevilla, ni en Málaga) la frescura necesaria para hacerlo. Ni la veo en las alternativas florecientes a quienes gobiernan en estas instituciones.

El proyecto como tal es un cadáver, pero la administración podría aún sentar las bases para una revolución sin titulares, sin inauguraciones, sin fotografías en las que alguien venda la piel del oso antes de cazarlo.

Hasta ahora, Málaga Valley sólo ha servido para hacer reuniones y congresos recurrentes en los que hablar de Málaga Valley. Esto es: alimento de la economía de turismo y hostelería que se dice querer transformar, sin entrar al fondo de la cuestión. ¡Menudo «cambio de modelo productivo»!

Podría incluso no ser generalista, podría centrarse en un ámbito concreto: a la política ramplona le encanta pensar en Silicon Valley, es la erótica del poder contemporáneo. Pero ¿acaso no sería igualmente beneficioso si se potencia un «valle» biotecnológico real? ¿O farmaceútico, o químico?

Eso sí, ni caso de milongas: o se ofrece un importante incentivo fiscal a las empresas que se instalen, o nada de nada. La promesa de un gran clima, playas, Marbella a 35 minutos para esa élite emprendedora a la que se quiere seducir, y un gran aeropuerto que mantenga tu conexión con el exterior puede hacer salivar al político de turno, pero es insuficiente. Edificios ya tiene cualquier empresa, porque cualquiera se los puede ofrecer: hay centenares de edificios vacíos y tétricos como si hubieran sido construidos para Arkham abandonados por la geografía ibérica. Tener uno en tu ciudad e intentar colocarlo a una empresa cualquiera sin otro beneficio adicional no te va a diferenciar, y desde luego no va a ser la clave.

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