Facebook, OpenCompute y una lectura atinada

Facebook liberó el diseño de sus datacenters dando nacimiento al proyecto OpenCompute. La lectura más acertada la veo en BusinessInsider gracias a Gonzalo Martín.

Facebook quiere convertir en commodity la base sobre la que se asienta la mayor ventaja competitiva de Google, que no es otra que el aprovechamiento de su ya enorme infraestructura. Ya hicieron algo parecido con Cassandra, ahora en manos de Apache, en la esperanza de que la liberación del código y la obtención de una mejor gestión de bases de datos les ayudara a reducir el gap respecto de su competencia. Google, por su parte, defiende la apertura cuando daña a Microsoft pero no les tembló el pulso al banear la Affero GPL (parece que siguen con ello) de su forja si creen que les daña, ni en cerrar el código de Android cuando lo han convertido en el chico más popular del barrio (aunque esto bien podría salirles mal).

Por eso la lectura es atinada: ni uno ni otro son tan buenos, luchan como pueden por abrir mercados porque si los mantenemos cerrados éstos quedan copados por los que ya están ahí. Lo verdaderamente característico de la Internet a la que vamos es el proceso de recentralización por el cual cada vez menos actores tienen un mayor peso específico.

La biopolítica del emprendimiento

Fondaco dei Tedeschi, Venecia
[Foto: Fondaco dei Tedeschi, Venecia.]

Para crear un mundo mejor, primero hay que ser capaz de soñar con él. Si aspiramos a vivir en un mundo en el que cada vez más personas hagan parte de una revolución en la que toman las riendas de su propia vida, no podemos limitarnos a apoyar una categoría más o menos imaginada de emprendimientos, sobre todo porque esa categoría («emprendimientos dinámicos», o «emprendimientos de alta tasa de crecimiento») fue inventada con el único fin de proyectar a través de ella la ambición y el ego de una comunidad imaginada (típicamente nacional), que aspira a verse reflejada en el reconocimiento de otra comunidad imaginada.

Es la biopolítica del emprendimiento. No importa el impacto real, importa la estadística. Y si para conseguir la mayor tasa promedio de facturación y la mayor tasa promedio de creacíon de empleo por proyecto apoyado debemos acotar el margen hasta el límite de reducir a cero el impacto social, lo acotamos. Porque lo que importa, a partir de cierto momento, es la cifra. «Facturamos 40 millones de dólares con sólo 6 proyectos apoyados». «Nuestros proyectos crean 50 empleos de media». Pura biopolítica, con todos los recelos que debe generarnos.

Y debe generarnos recelo porque el quién queda implícito en los planes de apoyo públicos, víctimas de la visión que necesariamente el Estado tiene de si mismo. Y el implícito es una comunidad imaginada que usurpa mérito y respetos debidos a una serie de personas que son las que emprenden y se estremecen con el tintineo de cuanto cascabel se agita profundo en el pecho. La misma comunidad imaginada que alienta el apoyo del «emprendimiento social», viendo el mundo tras sus gafas de sol como si la creación de bienestar fuera un juego de suma cero, como si sólo poseyeran valor social aquellos que trabajan alienados apoyando a una comunidad imaginada por el Estado y, por tanto, haciendo de correa de transmisión de la visión última de éste sobre cómo las personas y el mundo deben ordenarse bajo su gestión. El estado no puede crear un mundo mejor que el que ya nos dio porque es incapaz de soñarlo.

Por último tenemos la geometría básica. Construir la catedral más alta del mundo es más efectista, da más luz y es más llamativo. Construir la catedral más alta del mundo puede ser bonito, pero quizá resguardamos a más personas del frío si, con el mismo esfuerzo, creamos un edificio más modesto pero más sólido, capaz de albergar a cualquiera que quiera batirse el cobre cada día, por los suyos. Pero claro, aquí se nos estropea la deslumbrante palabrería estadística, se nos desmoronan las comunidades imaginadas al ritmo de la samba que baila el pueblo, se muere la biopolítica del emprendimiento para dar paso, sencillamente, a la vida.

Sociedades de gestión de derechos de autor

Intenté evitarlo, pero he esbozado una definición para sociedades de gestión:

Sindicatos que a menudo ganan algunos euros y que a menudo manipulan la verdad de forma diabólica para intentar pasar por peligrosas certezas lo que a menudo no son más que apreciaciones inexactas desde un universo psicotrópico al que los mortales de a pie no tenemos, a menudo, acceso.

Si no lo entienden lean a Chema o a Gonzalo. Este post tiene dos enlaces… ¿no es inquietante?

Programas de fidelización

«- ¿Sabes como comenzó US Alliance, John?
– ¿Algo de puntos a cambio de kilómetros de vuelo?
– Eso es. Si llenabas el coche de gasolina y pagabas con la tarjeta American Express, te daban puntos que luego podías canjear por kilometraje en avión con American Airlines. Quien no tenía la American Express pedía una rápidamente. Y ahí cambió el ambiente de la competitividad para siempre. Porque de repente entraron a competir las empresas de tarjetas de crédito con las líneas aéreas.»

Max Barry, en Jennifer Gobierno

Inmobiliario viene de muerto

Me convocaron la semana pasada por correo-e a una manifestación en Madrid (y yo con estos pelos) convocada por unos «Jóvenes sin Futuro», y es que:

«Jóvenes estudiantes de instituto y universitarios, con el apoyo de intelectuales y profesores han constituído la plataforma de Jóvenes sin Futuro, con el objetivo de protestar contra la precariedad laboral que les ha conducido a una situación que les ha dejado sin vivienda»

Hoy, gracias a Luis, llego a una crónica del evento en la que se comenta que:

Es la primera respuesta unificada sin el paraguas de sindicatos o partidos. Bajo el lema «Sin casa, sin curro, sin pensión, sin miedo» están alzando la voz mientras recorren el centro de Madrid para reclamar cambios.

En ambas citas, las negritas las he puesto yo, que veo fallos argumentales.

No me creo que una organización espontánea desemboque en la constitución de una plataforma que convoca una manifestación a una semana vista, el swarming no opera así.

Me cuesta aceptar, así mismo, que la mayor preocupación de unos adolescentes de instituto sea tener una casa en propiedad, me da la sensación de que alguien les vendió la moto para que se pusieran tras una pancarta que no era su pancarta. Y no habría banderas de ningún partido político, pero no me creo que no los hubiera. Y si de verdad no los hubo, si de verdad la chavalería ahí reunida decide abrir la mani con la reclamación de vivienda… pues tamaña tristeza de adolescencia pensando en viviendas en propiedad.

Por último no acepto como válido, por obvio, que esos jóvenes «reclamen cambios». Todo lo contrario: reclaman que todo siga igual. Cuatro años después del inicio de una devastadora crisis financiera con pellejo inmobiliario y patas muy reales, se convocan manifestaciones por el status quo, por la vivienda en propiedad. Cuatro millones y pico de parados y el resto no llega ni a mileurista. Van todos camino de las peteneras y se pegan a la más conservadora de las banderas: la de la propiedad inmobiliaria. Inmobiliario viene de inmóvil, de carente de movimiento, de quieto. De muerto.

Don’t Be Open

Google, Don't be open!

Más allá de que la polémica suscitada por la posible violación por parte de Google de la licencia GPL de varios proyectos de software libre al ser incluídos en Android y liberados con una licencia no compatible con la GPL (y sobre este tema se elevan voces en uno y otro sentido), resulta importante detenerse ante la decisión de Google de no entregar el código de Android 3 mientras Google continúa fichando a altos responsables de Java quizá para aliviarse frente a posibles demandas.

A Android le hemos dado en el pasado alguna hostia merecida. Los beneficios del sistema de licencias blandas son ciertos, pero benefician sobre todo a las operadoras lo cual causa un desencanto porque la experiencia final se aleja de la habitual cuando usamos soft libre.

Ahí, redistribuciones de Android como Replicant, si la comunidad se muestra capaz de mantenerlas, pueden ser el camino a seguir. Pero de entrada está todo por hacer, la escasa apertura de Android se marchita y lo último es que éste nos haga pensar en todo el código que nunca nos dieron.

La paradójica ética obligatoria

El desarrollo de una ética como consecuencia de una letanía de prohibiciones y obligaciones es la falsa promesa que en tiempos de desesperanza aupa a los regímenes totalitarios. Así, se aprueban e imponen leyes que suplen las diferencias motivacionales de las personas, obligándolas a actuar como el gran hada madrina portadora de un final feliz inevitable quiere que actúen, obligándolas a ser más éticas. Sin embargo, la obligatoriedad misma impedirá la actuación ética en si misma, porque impide la decisión personal. Y en ausencia de decisiones personales no podemos diferenciar al honorable de aquellos que bajarían, sin dudarlo, la palanca de Milgram. Y es que es falso afirmar que la prohibición o la obligación destinadas a mantener en la inmadurez a las personas harán bullir el caldero del que emergerán personas adultas, responsables y virtuosas. Más bien es justo lo contrario: sólo bajo un régimen de verdadera libertad las personas crecen y se relacionan, formando grupos donde todos se conocen, cuidando unos de otros sin que nada ni nadie lo imponga.

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