Si hay algo que me ha llamado la atención en el dichoso asunto del Alakrana es que a pesar de lo incongruente del discurso nacionalista del Estado y sus propios actos, apenas nadie lo cuestione (siempre hay excepciones).
El mismo Estado que se niega rotundamente a dar entidad a las reclamaciones independentistas formuladas desde nacionalismos alternativos al español de repente no tiene reparos en reconocer la inapelable autoridad de los «clanes», tal los ha calificado Elena Espinosa (ministra de medio ambiente, medio rural y marino) esta mañana, somalíes que están tras la piratería.
No puedo evitar sorprenderme al ver cómo el Estado ataca a morder a toda posibilidad de Estado alternativo (piensen en País Vasco) pero no se lo piensa a la hora de reconocer la autoridad de esos nuevos actores no estatales, por más que los contemplen como a sus enemigos. Al final es negociar con «el malo», como Chihiro negoció con la bruja para que le devolviera a sus padres. Y en la negociación misma está la lección: el mero sentarse a la mesa incluye el reconocimiento de la potencia del rival, pese a no estar sustentados por Estado alguno, pese a no estar para nada de acuerdo con él.
Y me parece interesante ver cómo el Estado no tolera que le pisen su jardín con aspiraciones-de-estado-paralelo, pero no se lo piensa para admitir a la mesa al que no quiere pisarle el jardín sino que apunta a arrasarle la casa y todo lo que contiene. Incongruente y, no obstante, absolutamente pasado por alto por la crítica política.
Seguro que pueden hacerse análisis más profundos en torno a esto. Yo con señalar esto me conformo por ahora.
Sin duda se hablará de esto (y, evidentemente, de la versión socialmente aceptable de este fenómeno post-estatal) la semana que viene, cuando se presente Filés, el nuevo ensayo de David de Ugarte, en Madrid. Aunque de estar en Madrid acudiría seguro al acto, que recomiendo a los que el próximo 26 vayan a estar por aquella ciudad.