Llevamos ya dos años blogueando, en realidad se cumplieron ayer 6 de agosto. Dos años completos con algunas paradas técnicas. En estos dos años hemos aprendido bastantes cosas, sobre todo acerca de los temas que ocupan principalmente el blog: privacidad, rfid, videovigilancia, la intrusión de la publicidad en nuestras vidas, derechos de reproducción, globalización y software libre.
Supongo que al resto del universo (bueno, a esa porción infinitesimal del resto del universo que pasa por aquí) este blog le ofrece alguna información y reflexiones desde un punto de vista que jamás sale en televisión sobre asuntos que jamás salen en televisión, a veces comentarios generales sobre la web o algún que otro truco para solucionar un problema con Ubuntu. A mí este blog me ha servido para dos cosas: conocer personas y aprender bastante, precisamente, sobre los temas que trato. Somos lo que queremos y este blog me va haciendo cada día gracias a esta especie de relación biyectiva.
Dos años para crecer desde un blog albergado en mi propia casa a un modesto alojamiento externo. Cientos de anotaciones (más de 800), cientos de comentarios; y a pesar de eso lo mejor del blog no son ni las anotaciones (sé que a veces son un follonero irredento :P), ni los comentarios, ni las visitas que recibimos. Lo mejor del blog son las personas que se esconden tras todos esos comentarios, correos y apuntes recibidos. Lo mejor del blog no es el blog. Jamás podrá serlo porque el blog no es un fin sino una herramienta. Si tengo que escoger algo de esto, me quedo con la gente que he conocido y conozco a través de este invento. Esa gente (ellos saben quiénes son) que quizá ve las cosas como tú (a veces no tanto) y que la naturaleza distribuida de la blogocosa, el mar de flores que diría David -que para eso es más poeta que yo-, permite conectar.
Por eso, porque este blog no resultó ser como yo lo esperaba, es por lo que yo siempre habría querido empezar con una frase poderosa pero cuando quise darme cuenta ya había comenzado con un «parece que funciona», como los técnicos de sonido antes de los conciertos –uno, dos, probando, tres, cuatro, probando, probando-. Quise jugar a ser Audrey Hepburn y conquistar el mundo con una mirada y chasqueando los dedos, pero me quedé en folclórico vociferante, ¡qué le vamos a hacer! Si ese es el modo en que las cosas tienen que ser, que así sean. Si el camino me escoge a mí la decisión está tomada: seremos folklóricos aún más tiempo. Dos años ahora, y aún contando.
¡Qué ustedes lo disfruten!