EE.UU. sigue el camino de Chile y garantizará por ley la neutralidad de la Red

Chile marcó el camino a seguir por todos los Estados que hubieran entendido verdaderamente la potencia del nuevo entorno digital y garantizó por ley la neutralidad de la Red, garantizó que un bit será siempre un bit.

Ahora la FCC estadounidense toma la misma senda que Chile y anuncia que se garantizará legalmente la neutralidad de la Red.

A la misma hora, en otro lugar, se aprobaba la ley Sinde. Tan cerca, tan lejos.

En RNE hablando de la Ley Sinde

Esta tarde he estado unos minutos participando en Asunto del día en RNE5 para hablar de la Ley Sinde, que será aprobada mañana por vía extraordinaria sin que se debata el texto en la congreso de los diputados.

El podcast no está disponible a la hora de escribir este post, pero debería estar en la web del programa en las próximas horas.

Siendo muy breve, no he dicho nada que no haya dicho antes: me parece una perversión usar la propiedad intelectual como herramienta de control de información (algo sobre lo que hablé en profundidad en La sociedad de control), me parece un error aceptar esa pretensión por parte del Estado, me parece tremendo que la propiedad intelectual vaya a ser tratada en ese singularísimo tribunal que es la Audiencia Nacional, me parece inaceptable que ante un cambio tan revolucionario como el que nos brinda Internet todo lo que se le ocurra al sistema sea amoldar Internet a sus viejas manías y limitaciones, en lugar de aprovechar su potencial para mejorar la vida de las personas.

Me parece una ofensa que se recurra al infrecuente mecanismo de otorgar a una comisión capacidad legislativa para evitar el debate en el Congreso de los diputados, para enviar el texto aprobado directamente al Senado. Y porque no hay más narices, supongo, que pasar por el Senado… que si se pudiera aprobar de compadreo fuera de la cámara, a buen seguro se haría. Para que el nuevo vicepresidente vea cumplido su deseo y «la ley sea una realidad en febrero». Claro que venimos de pasar 15 días en un desmedido «estado de alarma»; parece que a estas alturas todo vale y esto no es más que otra vulgar demostración de poder por parte de… el poder. Claro. ¿Ofensivo? Sí, pero no novedoso.

Me parece muy sucio, aunque no podía gastar mis escasos segundos en directo comentando este aspecto, que la ley se apruebe el 21 de diciembre, justo antes de la mayor distracción informativa del año: el sorteo de lotería de Navidad. Para que nadie hable de ello ni el día de la aprobación ni los sucesivos. Claro que el primer amago de esta ley fue tan precipitado que provocó una de las reacciones más vibrantes que se han vivido en la Internet hispana en los últimos años y cuando volvimos a oir de esta ley fue para oir las palabras audiencia nacional su aprobación en un consejo de ministros extraordinario celebrado en pleno puente en una ciudad que no es la habitual. ¿Sucio? Sí, pero no novedoso.

Nada que no supiera el lector habitual, nada que no tenga claro cualquiera que se haya detenido mínimamente a pensar cómo funciona nuestro mundo en el s. XXI. Y es que si destruir la neutralidad de la Red es una pésima idea, no lo es menos usar la propiedad intelectual para instaurar un régimen que se acerca cada vez más a la sociedad de control, en la libertad se ha degradado tanto que no podemos hablar de otra cosa que no sea la descomposición de lo que, todo parece indicar, no ha sido sino una curiosidad histórica: la social democracia occidental.

Sobre la intervención de María González, miembro del PSOE y muy favorable a esta ley, tengo poco que añadir: jugar a confundir dando a entender que Spotify es la única opción legal cuando en el fondo es la única opción de pago (porque no hay nadie condenado por obtener música de redes p2p… al menos no con la ley actual) me parece muy mala forma, pero posiblemente no haya otra, de defender una postura que no se sostiene, de justificar lo injustificable. ¿Falaz? Sí, pero no novedoso.

El precioso mito del Garum

¿Qué es el Garum? ¿Una salsa de receta ignota y ya perdida para siempre o mucho más que eso?

Creo que la historia del Garum es preciosa porque tiene mucho que enseñarnos, y por eso me permito citar algunos párrafos del artículo que Jose Ignacio Goirigolzarri publicó ayer en el El País:

«El garos de los griegos, garum de los romanos, se recuerda como una salsa exquisita, pero también como la principal industria y fuente de riqueza en la península Ibérica bajo la dominación romana. Su receta original, contemporánea de Homero (siglo VIII antes de Cristo) parece que llegó a la Península tres siglos más tarde, adaptándose de una manera especialmente brillante. Nadie recuerda ya aquellas recetas. Las más antiguas que han llegado hasta nosotros son muy tardías. Alguna ha sido atribuida incluso a Leonardo da Vinci, pero ni con tan ilustres cocineros el garum volvió nunca a ser una fuente de riqueza regional.

La razón, el verdadero secreto del garum, es que lo importante no era la receta original (el conocimiento base). El garum era fundamentalmente «un mercado» que para la ejecución de las recetas optimizaba la coordinación entre industriales y pescadores, por un lado, y por otro, de estos con el mercado de las principales ciudades con una compleja red de transportes. Cuando la red de transportes y comercial se fue descomponiendo a partir del siglo IV, la demanda bajó, la integración industrial perdió incentivos, el hardware (barcos, saladeros, puertos) quedó sobredimensionado y, finalmente, la receta volvió a la escala familiar perdiendo sofisticación. El sistema en su conjunto dejó de funcionar.

Hoy no tendría sentido buscar la receta al modo de un grial perdido, pero sí reflexionar sobre el mito de garum.

Al final el garum floreció porque se creó un mercado, un mercado al que -como no puede ser de otra forma- contribuían muchos agentes con mucha información. La destrucción de la red de comunicaciones supuso que el mercado se marchitase.»

Mercados globales que ponen en marcha el proceso de desarrollo y tensan al alza la cadena de valor del trabajo de cada uno de los participantes. Mercados globales rotos junto con la ruptura de la red informacional y comercial que los sostenían.

Garum es un proyecto precioso, de esos por los que uno siempre querría pelear. No sólo porque pretenda dar origen a mercados globales usando software libre. No sólo porque, como leía el otro día, el proyecto tenga el mejor de los capitanes posibles. No, es que muy pocas veces se encuentra uno con la acertada vocación de apoyar, de verdad, el buen curso de aquellos que tienen la determinación y asumen el riesgo de poner en mancha un proyecto empresarial, por pequeño que éste sea.

Por eso resulta tan gratificante leer que habemos fundatio y ser consciente que ésta no puede sino zarpar inmediatamente, comenzar su andadura. El viaje, como siempre que éste vale la pena, es sólo apto para los más curiosos. La parte buena es que aunque esto no haya hecho más que comenzar, los largos meses de oscuridad se aproximan a su final. No acabará el frío, ya saben, se acerca el invierno, pero todo será diferente ahora.

The Wire

Omar Little

The Wire es una serie fantástica. Voy a ahorrarme toda la mierda rankista sobre si es, o no, la mejor serie jamás emitida al sur de Betelgeuse: sinceramente, no me importa. Es una serie excepcional, y estoy seguro que hay muchas otras.

Lo que sucede es que después de ver las cinco temporadas uno llega a entender ese mundo y llega a entender la decisión del alcalde de Reykjavik de condicionar la formación de un gobierno local con alguien al hecho de que ese hipotético socio de gobierno hubiera visto The Wire. Más allá de que estuviera exigiendo un contexto común mínimo sobre el que comenzar a construir, lo importante es, en si mismo, que sea ése y no otro el contexto elegido. Habiendo visto la serie, la decisión que aquel día entendía sólo desde un punto de vista teórico encaja ahora también dentro de un mapa de decisiones práctico: The Wire lo vale.

Una obviedad, pero pongámosla por escrito

Tal y como comenté brevemente, ayer estuvimos en el II Encuentro eurolatinoamericano de emprendedores sociales juveniles, celebrado en Toledo y que ha concluido hoy. La sensación es de haber explicado bien algunos de nuestros proyectos, tanto en la mesa en la que participamos como café en mano, donde pudimos comprobar que Bazar gusta y mucho, y que gusta porque viene a solucionar un problema.

Aunque el concepto de emprendedor social ya es de esos tan laxos que pone a prueba la robustez y resistencia del Powerpoint (y su capacidad para aguantar peso), una de las cosas que más llamaron mi atención era la obsesión por los premios. Tal cual: premios al emprendedor.

Concursos, plazos, evaluaciones, y mil maneras más para denominar de forma diferente a lo que no deja de ser lo mismo: un premio. Premio al mejor proyecto del año.

Resulta una obviedad, pero no tengo más remedio que ponerlo por escrito: para un emprendedor no hay más premio que la continuidad de su proyecto, refrendada en y por el mercado. Para aquellos que se autodenominan «emprendedores sociales» (yo tengo la manía de pensar que, aunque resulta evidente haya proyectos con diferente vocación, todo emprendimiento tiene un impacto social), esto debería ser aún más importante: lo único que debe ser valorado como un premio es ver que el proyecto sigue en pie, sirviendo a su propósito, generando cohesión y valor y, repito, manteniéndose en pie por si mismo día a día, cada semana, de un año al siguiente.

Y luego, si queremos, podemos irnos al circo del emprendedor, presentar un proyecto a concurso en un plazo fijado asumiendo esa limitación artificial propia de la generación de escasez (finalidad última de un concurso y sus premios aparejados) e impropia de los mercados cohesivos y abundantes, capaces de proveer a todos sin dejar descolgado a nadie; enfoque que debería ser el centro de todo emprendimiento «social». Como decía, luego, si queremos, podemos irnos al circo, pero entonces no se llega ni a emprendedor (y no puedo más que acordarme del chiste de Luis Pérez, de Szena) sino meros trapecistas: artistas de circo y, como tales, válidos en tanto que freaks.

Y eso obviando que los premios son el paliativo de la vida gris del trabajador asalariado, ése que pasa los días yendo a un curro (ni siquiera un trabajo, un curro de esos que «te arrancan la vida») en el que no se espera que aporte (más bien todo lo contrario) y que, por tanto, no es capaz de proveerle la mínima realización personal. El premio es el consuelo del que ni siendo premiado obtiene algo duradero, algo una pizca más allá de la simple alienación de la derrota sufrida cada mañana camino del curro. ¿Necesita un empresario (y menos aún, un empresario «social») «ser premiado» más que por un mercado que mantenga su proyecto vivo y en pie día tras día?

Visto lo visto, ¿nos vamos a sorprender de la aberrante metonimia nacionalista que provoca que el público tuviera, una y otra vez, pregunta para Paraguay? Hay tanto que aclarar antes de empezar a hablar un mismo idioma. Y tan pocas ganas…

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El chiste de Luis era algo así como «no me llames emprendedor, que parece que me voy con la mochila al Aconcagua; llámame empresario». (Vuelve al post por donde ibas…)

En Toledo en el II EEESJ

Mañana día 16 Manuel Ortega y yo mismo estaremos en Toledo, participando en el II Encuentro eurolatinoamericano de emprendedores sociales juveniles, que se celebra desde hoy 15 al viernes 17. En concreto, en una mesa redonda titulada «Buenas prácticas de emprendimiento y emancipación juvenil».

De emancipación (al menos de emancipación paterna) no creo que hablemos, pero sin duda podremos contar (y contaremos) algunas de las actividades de apoyo al emprendimiento que realizamos: desde apoyo a emprendedores artesanos a las cooperativas asociadas, pasando por la propia experiencia indiana.

al Jawarismi y al Jabr

La palabra algoritmo tiene origen en el nombre de un matemático persa del s. IIX: Abu Abdallah Mu?ammad ibn M?s? al-Jaw?rizm? (Abu Y?ffar). al-Jawarismi escribió tratados de aritmética y álgebra. Gracias a los textos de al-Jawarismi se introdujo el sistema de numeración hindú en el mundo árabe y, más tarde, en occidente.

En el x. XIII se publicaron los libros Carmen de Algorismo (un tratado de aritmética ¡en verso!) y Algorismus Vulgaris, basados en parte en la Aritmética de al-Jawarismi. Al Juarismi escribió también el libro «Kitab al jabr w’al-muqabala» (Reglas de restauración y reducción), que dio orgien a una palabra que ya conoces: «álgebra».

Abelardo de Bath, uno de los primeros traductores al latín de al-Jawarismi, empezo un texto con «Dixit Algorismi…» («Dijo Algorismo…»), popularizando así el término al-gorismo, que pasó a significar «realización de cálculos con numerales hindo-arábigos». En la edad media, los abaquistas calculaban con ábaco y los algorismistas con «algorismos».

En cualquier caso, el concepto de algoritmo es muy anterior a al-Jawarismi. En el siglo III a.C., Euclides propuso en su tratado «Elementos» un método sistemático para el cálculo del Máximo Común Divisor (MCD) de dos números. El método, tal cual fue propuesto por Euclides, dice así: «Dados dos números naturales, a y b, comprobar si ambos son iguales. Si es así, a es el MCD. Si no, si a es mayor que b, restar a a el valor de b; pero si a es menor que b, restar a b el valor de a. Repetir el proceso con los nuevos valores de a y b». Este método se conoce como «algoritmo de Euclides», aunque es frecuente encontrar, bajo ese mismo nombre, un procedimiento alternativo y más eficientes: «Dados dos números naturales, a y b, comprobar si b es cero. Si es así, a es el MCD. Si no, calcular c, el resto de dividir a entre b. Sustituir a por y b y b por c y repetir el proceso».

Andrés Marzal e Isabel García, Introducción a la programación con Python.

Bueno, ellos se refieren a al Jawarismi como Al-Khowârizm. En DelGaleno lo vi escrito como Khawarizmi. En ambos casos la Kh no deja de ser una adaptación para suplir lo que en español se escribe con una j, en idiomas que no tienen ese fonema, así que la corrijo. Con la z sucede exactamente lo mismo, y lo adapto también.

Desconozco si esta historieta es cierta o no, pero me ha llamado la atención y la dejo aquí puesta.

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