Una de las ideas más interesantes que se mencionan en The Great Stagnation está vinculada a un error por exceso cuando equiparamos PIB y riqueza, llevados por una percepción que siempre conviene poner en perspectiva. Esta sobrevaloración de la riqueza será tanto mayor cuanto mayor sea la presencia proporcional del Estado en la economía.
Gráficamente: si yo produzco algo, la primera parte de mi producción tendrá un precio en el mercado, pero a medida que la demanda va quedando satisfecha tendré que bajar el precio para poderlo vender; cuanto más real, el mercado se ajusta más fidedignamente y nos dice la verdad sobre la riqueza generada. Así, mientras la primera parte de mi producción suma un valor al PIB, la segunda (que creó menos riqueza porque ya había una demanda satisfecha) sumó menos.
El Estado ofrece, sobre todo, servicios públicos al margen del mercado: desde salud básica a infraestructuras. Y ése es el problema: lo que el Estado gasta puntúa al PIB en función del gasto efectuado y no en función de lo que alguien pagó por ello, que nos permitiría evaluar más atinadamente la riqueza generada. El primer carril de autovía genera mucha riqueza, el ensanche de la autovía de tres a cuatro carriles puntúa exactamente lo mismo, aunque la riqueza generada por el cuarto carril es claramente inferior a la que generó el primero.
Así, para conocer bien el estado de una economía no vale con mirar las cifras, sino quién aporta a esas cifras. En el extremo equivocado tendríamos economías con enorme presencia pública y políticas tremendamente erradas como el Plan-E, que engaña a los incautos dándoles a entender que son más ricos de lo que en realidad fueron ni serán y les lanza a la calle pidiendo la luna cuando no se cumplen las expectativas.
Como en todos los aspectos, nos interesa tener la mejor y más exacta información acerca de nuestra situación y nuestro entorno, más plano es el espejo en el que nos miramos y menos deforme la imagen que devuelve de nosotros. Cuanto más nos alejamos de las situaciones de mercado real peor estimamos nuestras propias capacidades y posibilidades, lo que nos conduce a frustración, desengaños y, en último término mis queridos padawans, al reverso tenebroso, cuando podríamos estar enfocando el futuro con optimismo, pues tenemos todas las herramientas.

