La recentralización como fenómeno natural de Internet (y cómo detenerla, con Neutralidad)

¿Es posible que la herramienta de comunicación más libre y menos controlable que tenemos esté inevitablemente sesgado hacia la creación de nodos centralizadores que actúan reduciendo la libertad y facilitando el control? No sólo es posible sino que cada día es algo más evidente. Es lo que al menos desde 2007 venimos denominando la paradoja de Internet y, siendo breve, lo que nos dice es que el sistema de comunicación más parecido a una red distribuida que nunca hemos tenido está abocado a la concentración debido a su constante y frenético aumento de tamaño de forma que, si no se actúa activa y continuamente para frenarlo, evolucionará por sí mismo (y sin necesidad de mayores conspiraciones) hacia una fuerte recentralización de la Red. Pero aún hay cosas que podemos hacer para hacer de Internet ese nuevo mundo «más libre y humano que el que vuestros gobiernos han creado antes», que diría Barlow.

La web del futuro

Los grupos humanos persiguen y buscan liderazgos. Muchas personas prefieren delegar la toma de decisiones y confiar en otras y cuando alguien recibe (voluntaria o involuntariamente) el rol de depositario de esa confianza decimos que posee influencia, porque sus decisiones verdaderamente tienen un peso en el rumbo de los acontecimientos.

Esto no tendría mayores repercusiones si no implicara que, de facto, una Red nunca va a ser verdaderamente distribuida. Sea R una red que en un instante t = 0 no posee nodos que tengan una centralidad mayor que ningún otro nodo de la red, esto es, una red uniformemente distribuida en la que todos los nodos tienen el mismo peso y están conectados a un mismo número de nodos vecinos. Debido a la tendencia que tenemos las personas de buscar liderazgos, buscar aceptación social y formar grupos, en cuanto el tiempo comienza a pasar la misma comienza a evolucionar, siquiera lentamente al principio, hacia el establecimiento de un cierto equilibrio en el que algunos nodos serán aglutinadores de influencia y liderazgos. Por supuesto, el mantenimiento de esa influencia depende de la habilidad del nodo para conservarla, pero eso es otra historia. Lo que es innegable es que inmediatamente surgirán nodos que serán más influyentes que otros.

De lo anterior se deduce que la red distribuida ideal no existe (ni puede existir) más que como concepto. Por eso Antonio Ortiz las tilda de mito. Está en lo cierto pero su visión admite matices. Que un concepto sea inalcanzable e ideal no significa que no valga la pena intentar alcanzarlo. Pensemos en el concepto de mercado mericrático ideal: por supuesto, todos estaríamos mejor si se nos dieran oportunidades de trabajo y de éxito en función de lo que sabemos hacer y no en función de quién es nuestro padre, de cuanto dinero tenemos o de cómo de poderosos son nuestros amigos. Ese mercado meritocrático es inalcanzable, pero renunciar a ello equivale a darle todo en bandeja a las élites que llevan 500 años heredando la tierra, a los ricos por nacimiento de toda la vida. Con la red distribuida pasa igual: es ideal e inalcanzable, pero hay que intentar que la Red real que tenemos sea tan parecida a ella como resulte posible.

Pero volviendo a la cuestión del liderazgo, si la emergencia de liderazgos es natural e intrínseca a todo sistema humano, y considerando la paradoja de la concentración de Internet, la recentralización (si bien es un fenómeno impulsado deliberadamente desde diversos ámbitos) no es tanto el fruto de una conspiración como un fenómeno inevitable. Un fenómeno al que hay que poner barreras y límites, pero con el que hay que aprender a convivir.

Aprender a convivir con un sistema así equivale a lograr que permanezcan activos los sistemas que han de permitir superar situaciones en las que uno (o varios) nodos de la Red recentralicen la misma hasta tal punto que puedan (y deban) ser considerado un monopolio con todo lo que ello implica: por encima de todo, un monopolio posee la capacidad de distorsionar las reglas de juego a su favor, impidiendo la aparición de competencia o eliminándola arrastrando a la misma a una lógica de competición en la cual las ventajas competitivas no sean el talento y la capacidad de innovar sino el acceso a recursos intensivos en capital y la obtención de monopolios regulados por el estado (patentes y otras formas de propiedad intelectual).

El software libre tiene mucho que decir en este contexto. Todo en Internet tiene mucho que decir en este contexto, pero para que tanto el software libre como todo lo demás pueda expresarse libremente en la Red hay algo por lo que debemos luchar más que por ninguna otra cosa. Y el tiempo se agota. En La neutralidad de la Red (publicado en 2010) afirmé que una forma más sutil de romper la neutralidad de la Red no consiste tanto en filtrar el tráfico como en la centralización extrema de la misma. Cuando incluso los proyectos abanderados del software libre muestran peligrosos tics centralizadores la conclusión es obvia: el tiempo se agota y ya no vale la pena negar que es altamente probable de que el futuro que durante estos quince últimos años parecía inevitable se esfume como lo que fue, un sueño digital, sin llegar nunca a materializarse. Sin embargo, todo es posible: toma las riendas de la Red, no regales a los de siempre ni tu identidad digital ni tu capacidad para opinar y expresarte sin depender de que nadie valide tu discurso.

Un sueño digital es, ante todo, un sueño. Es materia de responsabilidad personal, la verdadera lucha de nuestros días es salvar la neutralidad de la Red.

Confianza y especialización

El progreso social contemplado con perspectiva histórica es un sendero de especialización. Internet, que en una mirada superficial parece suprimir la necesidad de especialización (al permitir conectar con proveedores de todo tipo), lleva esta necesidad de especialización un paso más allá. Cuando la conexión es global, p2p y masiva, la especialización alcanza un nuevo nivel, pues cuando hay menos lock-in y la competencia aumenta, sólo ser excelente te permite salir adelante en un entorno meritocrático.

La historia de la sociedad humana (y de un reducido número de especies más) es una historia de creciente especialización, de desarrollo de maestría a base de tesón y perseverancia. Es lo que Malcolm Gladwell denominó «la regla de las 10.000 horas» en su libro Outliers (2008).

En su libro más reciente (que nos dejó algunas ideas más que interesantes que venimos desgranando) Bruce Schneier describe cómo la especialización, y el enorme progreso que la misma hace posible, surge de la confianza y desaparece en su ausencia. Él pone el ejemplo de los leones de la savana. Allí, leones macho y hembra se especializan: unos van a cazar y otros cuidan la camada. Eso permite obtener cazadores expertos y cuidadores dedicados. Pero esa actitud es insostenible si no hay confianza: confianza de que el león que consiga una presa la compartirá tanto con la camada como con los cuidadores de la misma. La confianza de que esa camada a la que alimentaré realmente es mi camada.

El ejemplo no me termina de gustar, pero trasladémoslo a un ámbito más cotidiano: yo no sé fabricar zapatos, ni pan, ni vaqueros, ni teléfonos móviles. Ni vagones de metro, ni siquiera sabría cómo cuidar adecuadamente un patatal, de forma que produzca comida para todos. Pero soy bueno haciendo un par de cosas: me especialicé con un doctorado en fisicoquímica y láseres, y durante la última década me especialicé también en redes, en la influencia de Internet en nuestra vida y en la percepción que tenemos de nuestras relaciones sociales y nuestra intimidad.

Además de confiar en que alguien fabricará zapatos, pan, móviles y vagones de metro, aún tengo que confiar en que eso que yo sé hacer de forma excelente sea valioso para otras personas que posiblemente ni siquiera hacen vaqueros ni pan, pero saben hacer otras cosas y, al igual que yo, confían en una institución que emite moneda (y confiamos en que otros aceptarán esa moneda). Esta institución es un proxy de Dunbar y actúa como pegamento social que sólo solidifica de verdad cuando existe confianza.

Lo positivo de todo ello es que esta confianza nos abre las puertas de un desarrollo personal mucho más alineado con la ética hacker y (tanto a nosotros como a los demás) mejorar nuestra habilidad para llevar a cabo una cierta tarea. El cocinero cocinará mejor, el jardinero tendrá jardines más bonitos y el analista hará mejores análisis. Y todo ello requiere de una confianza base en los demás, en el sistema social que permite que convivamos.

Dando por buena la concepción de las 10.000 horas que hace Gladwell como el tiempo necesario para la adquisición de la maestría (sin la que es imposible que exista excelencia), algo avalado por el conocimiento acumulado sobre aprendizaje al observar la historia desde los gremios medievales a los pilotos de aerolíneas comerciales, una persona no puede hacerlo todo y, de esa forma, la negación de la especialización debe ser contemplada como una incapacidad para articular la confianza y el reparto eficaz de tareas que nacen de ella y la revalidan cada día.

Tu identificador global en la Red, ¿debe controlarlo una empresa?

OpenID

Una cuestión abierta desde que el mundo es mundo. O quizá no tanto, pero sí desde que Internet es Internet: ¿cómo se resolverá el problema de la identificación de usuarios en los múltiples servicios que encontramos en la Red?

Intentos ha habido muchos de abordar este asunto que se convirtió en problema agudo en los años del temprano 2.0 y se ha mitigado recientemente (aunque de qué forma, y de eso hablamos en este post) con la extensión de sistemas centralizados como el login con la cuenta de Facebook o Twitter. Más allá de la compartimentización que sería deseable encontramos una cuestión adicional: cuando usamos un ID global para todo, ¿quién controla mi ID global? No es un tema menor: de él se derivan la cuestión más importante en la Red actualmente: ¿soy el dueño de mi identidad online?

Para risas históricas tenemos Passport, para dominadores claros de la escena actual tenemos Facebook Connect. No obstante, no son los únicos sistemas de identificación con vocación colonizadora (y centralizadora). Hoy he observado una cosa muy curiosa en WordPress.com y lo primero que me ha venido ha sido el «descanse en paz» definitivo por OpenID.

No hace falta explicar que aquí somos (siempre fuimos) firmes defensores de OpenID. Sin embargo, este sistema (que nunca despegó entre el público masivo) ha visto como alternativas como Facebook Connect le comían todo el terreno. ¿Qué he visto hoy en WordPress.com que me ha hecho lamentar el fracaso de OpenID? No me dilato más y voy al grano.

Hoy al ir a dejar un comentario en el blog de un amigo alojado en WordPress.com el sistema no me ha dejado comentar al grito de «el mail xxx@yyy.zzz pertenece a un usuario y no has iniciado sesión». Me ha sorprendido porque es un mail específico para sacar el gravatar y no estoy registrado con él en WordPress.com. ¡Espera, que son servicios de la misma empresa! No pasa nada, han cruzado las bases de datos… es la moda.

Una vez iniciada sesión (y si WordPress.com detecta que «conoce» tu e-mail eso es necesario para comentar), la URL y el mail en la firma por defecto son los de WordPress. Se puede cambiar, pero la opción está muy disimulada y ya sabemos que muy pocas personas cambian las opciones por defecto.

Es un movimiento que me ha recordado al protagonizado por Google en diciembre del año 2007, cuando eliminó el sistema de firmas con URL en los comentarios de Blogger, lo cual provocó una protesta ante la que tuvieron que dar marcha atrás, aunque nunca retrocedieron del todo… y el sistema que adoptaron es muy similar al que ahora presenta Automattic en WordPress.com.

Lo siento chicos, me gustan mucho WordPress (no tanto como Drupal) y su filosofía de software libre, pero Automattic se equivoca aquí. Y aquí no caben dobles raseros, Google lo hizo mal y Automattic no lo está haciendo mejor.

Porque, y ya vamos llegando a OpenID, Automattic permite iniciar sesión con Twitter y con Facebook. Pero no permite iniciar sesión con OpenID.

Está claro que OpenID nunca traspasó la frontera hacia el usuario mayoritario, pero si hay un nicho de usuarios entre los que sí goza de gran aceptación (aún a día de hoy) es entre los bloggers. Y el servicio insignia del software libre, acunado por una de las empresas mimadas de la comunidad, no sólo juega a forzar el registro y el inicio de sesión centralizado (y centralizador) como un Google cualquiera, sino que se olvida de OpenID para facilitar el Login mientras considera otros como Facebook o Twitter.

Podríamos decir que en la carrera que mantiene con servicios como Tumblr, Posterous están tomando decisiones que no se diferencian en nada de las tomadas por los peores ejemplos del sector. Eso es cierto. Pero la realidad tiene un rostro más duro: OpenID no salió nunca del ghetto de la minoría de heavy users y esto más que ser una puñalada es el diagnóstico. Digamos que fue la gallina antes que el huevo.

Sin embargo, es una cuestión importante que sigue abierta: disponer de un sistema de identificación p2p y distribuido, no controlado por una única entidad, es importantísimo para mantener una web lo más horizontal y distribuida posible. Porque no basta que el software sea libre, hay que concebirlo con lógica p2p, distribuida. Un artículo del año 2008 publicado en estas mismas páginas: La lógica del software distribuido.

OpenID no ha cuajado de forma masiva, pero bajar los brazos no es una opción, si queremos que sean verdaderamente libres, las herramientas web del futuro necesitan sistemas con la lógica subyacente a OpenID.

Sociedades avanzadas

A cheeseburger cannot exist outside of a highly developed, post-agrarian society. It requires a complex interaction between a handful of vendors — in all likelihood, a couple of dozen — and the ability to ship ingredients vast distances while keeping them fresh. The cheeseburger couldn’t have existed until nearly a century ago as, indeed, it did not.

Waldo Jaquith

El artículo completo me ha gustado. Por cierto que ahora está claro, no es la crisis, es el futuro. Y la maravilla de las cosas complejas es que se muestren como algo sencillo, inevitablemente sencillo. Claramente, es un principio a buscar.

Vendedores de terrores

«Uno no sabe si la secuencia es de las portadas es: “cada día peor” o “cada días más peor”.

(…)

me pregunto si esto de El Pais no será un poco demasiado, che. Como si poco más incitasen a la depresión colectiva.»

Michel Godin y su Test de resistencia

Ah, los vendedores de miedos y terror siempre supieron cómo atraer la atención (de hecho la buscan desesperadamente): un poquito de cherry picking para los titulares y tenemos el discurso apocalíptico servido, aunque la realidad no lo sostenga. En tiempos de política del miedo, nada más saludable que (como bien recomienda Michel) armar tu propia cabecera matutina a base de tus blogs preferidos (sí, tener tu propio blog también es importante) y dejar de leer los discursos del miedo.

Cursos online, el ejemplo de Stanford

Rotores de máquina enigma

Hace varios meses se anunció la nueva temporada de cursos gratuitos online de Stanford. El año pasado no me apunté, pero tenía muchas ganas de probar alguno de esos cursos, así que me apunté a varios. Sí, ahora tengo el tiempo justo para todo, entre sacar adelante Cartograf, tomar alguna caña ocasional con amigos y estudiar. Pero cuando el aprendizaje lo controla uno mismo y el curso es tan interesante como prometía ser (y de eso hablamos enseguida), no hay dolor ni penas.

El asunto es que hace dos semanas comenzó el curso de criptografía de Stanford (ya saben que por aquí somos amantes de GPG, del cifrado de datos y demás zarandajas). Lo hice porque, aún teniendo un cierto conocimiento sobre el tema, sé que este curso me puede aportar muchísimo. Llevamos dos semanas y, aunque sean preliminares, ya tengo algunas conclusiones:

  • Formación voluntaria y sin título. Cuando la formación es voluntaria los alumnos suelen apuntarse porque quieren. Existe una excepción (que es legión, además): la de formación voluntaria que no persigue la formación sino el título para acumular méritos de cara a otro objetivo (promoción interna, oposiciones, acumulación de títulos para el CV). Al eliminar todo eso y dejar sólo la formación, las personas que están en el curso están muy motivadas y tienen un único incentivo para estudiarlo: aprender.
  • Calidad, dedicación y caos. Estamos acostumbrados a que la formación online y a distancia esté impartida por personas desmotivadas o sin conocimiento profundo de su materia. Eso así desde universidades algunos cursos de pago como la UOC ciertas asignaturas/docentes en la UOC a todo tipo de seminarios de poca monta que se intentan vender por Internet como la solución definitiva. En muchos cursos online organizados en torno a tutores, éstos hunden el curso como consecuencia de su falta de constancia y/o cambio de motivación. En realidad, el curso no puede ser susceptible al caos interno de los formadores, y la sistematización es un valor que pronto se pone de relieve.
  • Directos al grano, conocimientos prácticos. Primera semana, primeras bases, primeros ejercicios prácticos con ejemplos del mundo real. Sin más historias, sin preámbulos, sin tangentes, sin hablar del sexo de los ángeles.

Al final, el resultado lo notas en los foros de discusión: no sólo hay una gran cantidad de personas preguntando y resolviendo dudas, los mismos profesores están muy activos en los foros, lo cual demuestra el interés del profesor aunque, maravillas del crowd, la mayoría de las veces las dudas quedan resueltas por otras personas que también están estudiando el curso.

En sí, el curso está dispuesto como una serie de vídeos en los que el monitor se convierte en una pizarra virtual donde se van explicando las cosas, pidiendo respuestas de forma interactiva cada cierto tiempo. Los vídeos en sí no están en la línea de Khan Academy (no, al menos, en la línea de los que yo pude ver). Donde Khan Academy se siente un poco como un screencast (como un exceso de tecnología a la que no se está sacando todo el potencial), los vídeos que Dan Boneh está preparando para este curso son más como una pizarra, donde las cosas suceden de forma más natural. Donde Khan Academy reduce la interacción (y no está mal, soluciona otros problemas), me da la sensación de que estos cursos la cuidan mucho más.

En fin, son sólo unas primeras impresiones pero me atrevo a recomendar: si pensaban hacer algún curso online este trimestre, yo iría de cabeza al catálogo de cursos gratuitos de Stanford y otras universidades. Tienen una veintena de cursos gratuitos por los que, seguramente, valdría la pena pagar (normalmente es al revés, y no vale la pena pagar el 99% de los cursos que pagamos).

[Por cierto, que si el curso que están pensando hacer es precisamente el de criptografía, estos días se presentó Crypt4you, una iniciativa de la UCM apadrinada entre otros por Jorge Ramió, de quien hemos hablado alguna vez por aquí, y al que sin duda vale la pena prestar atención, promete ser también un curso muy práctico y directo.]

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