¿Por qué demonios todos quieren todo el tiempo ser como Google? Hace meses que uso la versión de desarrollo de Firefox. Es rápida y, desde que tengo Panorama, la adoro. O mejor dicho: la adoraba hasta hace 3 minutos. Se me ha actualizado a la séptima versión beta (hace años que ese tipo de denominaciones dejó de ser útil, por cierto) y ahora me obligan a tener la barra de las pestañas arriba de la de navegación. Como si eso fuera algo que quiero tener. Como si, caso de que realmente me gustara esa opción, no pudiera llevar dos años disfrutándola con Chromium. Odio cuando todos quieren ser Google y parece que finalmente Mozilla está siguiendo al rebaño. ¿Alguien sabe cómo devolver esas pestañas a su posición original?
Ahora sabemos que no será exactamente así
Es 9 de noviembre y se cumplen veintiún años de la caída del muro de Berlín. Una fecha en que cambió el mapa geopolítico del mundo redirigiendo, además, el futuro de Europa. Pero, ¿qué consecuencias tuvo y qué queda en vigor de aquellos cambios?
Decíamos hace un par de años, al hilo de esta efeméride, que:
«Lo que realmente me molesta es que el 9-11 norteamericano sea tan terriblemente recordado y utilizado por nuestros políticos, mientras que el 9-11 europeo (en notación europea, el 9 de noviembre), que tuvo lugar en 1989 y desembocó en la caída del muro de Berlín no sea recordado ni utilizado por todo lo que representó.
(…)
El 9-11 es en Europa sinónimo de algo del todo diferente a lo que es en EEUU. Aquí signo de esperanza, allí de desolación y miedo.»
Jugaba con curiosidades derivadas de la notación: en EE.UU. y en Europa hubo dos 9/11 (derivados de las diferentes notaciones que anteponen el mes al año o el año al mes) cuyo significado fue radicalmente diferente: si el 11-S fue rápidamente capitalizado por los partidarios de las políticas del miedo, el dramático (por sus implicaciones) 9-11 europeo nunca fue suficientemente recordado en los países más occidentales de Europa. Pareciera que estuviéramos no aprovechando el legado que nos quedaba de aquel evento pero, ¿cuál es el verdadero legado?
Visto en perspectiva, la caída del muro de Berlín fue la cristalización material del proceso de descomposición interna de la Unión Soviética, incapaz súbitamente de mantener la influencia que poseía sobre su entorno geográfico. La URSS, el imperio de oriente durante toda la guerra fría, se desintegró a toda velocidad, tan sólo dos años después. Aún así, en palabras de David de Ugarte:
«Ante los ojos del mundo el proceso aparecía como un producto de la inconsistencia de una utopía totalitaria fallida. No se enmarcaba en un fenómeno global. Era cosa de ellos, los del otro lado del telón de acero.»
Ese mismo proceso de aceptación selectiva de la realidad es el que nos llevaba a pensar la emergente sociedad de control occidental era un fenómeno aislado, y no la materialización en esta parte del mundo de lo que en otras regiones origina monstruos como el Tea Party o Chávez: pura descomposición de un sistema derivada de una situación en el que las comunicaciones son distribuidas y globales y las organizaciones que poseen la mayor parte del poder (Estados, asociaciones de Estados) no. Y estas organizaciones saben que, bajo esta estructura informacional, no podrán mantener indefinidamente su arquitectura de poder.
Quizá por eso no deberíamos sorprendernos de la actitud crecientemente autoritaria de los Estados. Estados que hace años prefieren ser temidos antes que ser respetados, que hacen bandera de la política del miedo y la prohibición sistemática. Como decía Timothy Garton Ash hace un par de años:
«Por supuesto, la floritura sobre la Stasi es una hipérbole. Yo viví bajo el poder de la Stasi, y sé que estamos muy lejos de esa situación. Pero la cantidad de información recogida y compartida -sin olvidar la perdida- por el Gobierno británico es muy superior a los modestos 160 kilómetros de expedientes de la Stasi. Las posibilidades de que, si caen en malas manos, puedan utilizarse con fines perversos son enormes. La libertad no se conserva sólo confiando en las buenas intenciones de nuestros gobernantes, funcionarios y espías. El camino hacia el infierno está empedrado de buenas intenciones.»
Al infierno se desciende por peldaños y, dice Ash, la Stasi parece estar más en el futuro que en el pasado. Y sabemos que es cierto cuando los políticos más prestigiosos de Europa se arrepienten de las escasas leyes democráticas que aprobaron entre un mar de recortes de libertades. Cabe preguntarse, entonces, a quién afecta ese futuro que menciona Ash. ¿La Stasi está en el futuro de quién? ¿en el futuro de qué? ¿qué es el futuro?
Si hay un legado de la caída del muro de Berlín es, precisamente, el fin de la modernidad, que se quebró como se quiebra un vaso cuando le cae líquido demasiado caliente, incapaz de adaptarse a esas nuevas condiciones. Y con la modernidad se desvanece ese futuro único, universal, que concierne a todos. Como pudimos leer en el blog de Cartograf:
«El futuro es hoy un enfermo crónico en fase terminal. Nacido en el siglo XVIII, tuvo su crisis adolescente con el Romanticismo, su madurez con el progresismo decimonónico y su primera crisis grave con los genocidios cometidos por el estado alemán durante la Segunda Guerra Mundial. En 1989 se hizo obvio que no se recuperaría jamás.
(…)
Como ocurre con los viejos dictadores, su existencia se ha convertido en una convención inoperante que a duras penas puede ser considerada relevante por nadie. Hace ya mucho que el proyecto ilustrado que le mantenía en pié no le insufla vida alguna. La idea misma de postmodernidad podría entenderse como la consciencia del fin del proyecto ilustrado, como su último y trágico momento de lucidez.»
La posmodernidad como lo que nace del fin mismo del proyecto ilustrado universal y universalista. La posmodernidad, por ruptura con lo anterior, como un entorno en el que la diversidad no es perseguida sino alimentada, fruto consciente de unas comunicaciones en las que ningún nodo de la red puede controlar el flujo ni el comportamiento de los demás, en la que el umbral de rebeldía necesario para acometer un cambio, el que sea, se alcanza con asombrosa facilidad.
Hasta hace un tiempo podíamos pensar que las promesas nacidas de la caída del muro de Berlín se habían esfumado. Ahora sabemos que no será exactamente así. Sabemos ya que no había una promesa universal en aquel momento de trascendencia, porque nunca la hubo desde el fin de la modernidad (que se hundió junto con la política de grandes bloques, en 1989), sino que se abría la ventana a muchas pequeñas promesas reales. La caída del comunismo no acabó con el totalitarismo, antes lo contrario: las instituciones occidentales se han visto colonizadas por las viejas formas.
Y la situación no va a cambiar su rumbo: no se puede desinventar la rueda, del mismo modo que no se pueden desinventar las telecomunicaciones. En un mundo de redes distribuidas, las organizaciones de poder no serán herederas del estatalismo decimonónico, sino hijas de su tiempo. Se adaptarán a ella grupos de todo tipo, con diferente naturaleza e ideología y, como un dictador demasiado viejo, los Estados quedarán como el último bastión, símbolos de toda resistencia al cambio. Cambios que no podrán evitar, pues no podrán cambiar el futuro porque no les pertenece más que de forma muy parcial y reducida. Y ésa era la verdadera promesa tras la caída del muro de Berlín y la muerte de la modernidad: la promesa de la posmodernidad como diversidad. Esto es lo que nos queda tras la catarsis de 1989. Y parecen buenas noticias. En un mundo diverso, en el que quepan muchos mundos, un mundo mucho más humano que el que los Estados hayan creado nunca, los niños podrán soñar con jugar en aerostatos de colores.
Transnacionalización o muerte, ¡venderemos!
Dicen que se trata de la pregunta del millón, ¿Cómo salir de la crisis?. Cabe discutir si las herramientas clásicas, esas que dan para hacer un bonito (y poco útil) bisnesquéis en un MBA donde lo importante no es la habilidad sino el amiguismo, sirven para algo. Quizá, como indica Goiri citando a Urrutia, los mercados del futuro se harán con Software libre. Cuando, en pleno hundimiento del centro, la actividad industrial en si misma es una commodity, lo único que queda es abrir tiendas, levantar mercados. Donde sea. ¿Quieren salir de la crisis? La verdad, como en ciertas series noventeras, está ahí afuera. En el sentido más estricto: cuando los mercados ya conocidos y explotados son incapaces de poner la máquina en marcha, hay que vender… fuera. Transnacionalización o muerte, ¡venderemos!, como en el viejo adagio neovenecianista.
China quiere comprar en Portugal
Las espadas están en todo lo alto desde que el gobierno portugués anunciara este verano su intención de desprenderse de participaciones públicas en empresas de energía de aquel país. Ante una UE que obliga a Portugal a buscar alternativas al margen de sus socios continentales, todas las miradas se volvieron rápidamente al luso mundo, en el que la pugna que parecía decantarse a favor de Brasil, que no se conformaba con las energéticas. La última visita de Hu Jintao a París y Lisboa concluye con el anunciado interés de China por participar en el capital de Electricidade de Portugal, y ahora no está tan claro que Petrobras vaya a quedarse ese 5% del que se desprenderá el Estado portugués, que complementaría las compras de petróleo que China ha realizado este verano en el que competía a Europa el acceso al petróleo ruso y el control mismo de BP, mientras se adelantaba a Repsol y Petrobras en Ecuador.
Hace 405 años
Remember remember, the fifth of November,
the gunpowder treason and plot.
I know of no reason why the gunpowder treason
should ever be forgot.
Es cinco de noviembre, chicos. Hace 405 años Guy Fawkes se convirtió en «el último hombre que entró en el parlamento con intenciones honestas», aunque fue detenido antes de tiempo. En honor a su ajusticiamiento los protestantes ingleses celebran la noche de Guy Fawkes, también llamada noche de las hogueras o Bonfire Night.
El cinco de noviembre es uno de esos días en que uno hace, prácticamente cada año, el mismo post. Pero qué le vamos a hacer, así somos. Remember, remember, the fifth of November…
Pues vayámonos, respondieron a coro
Hace un mes se presentó LibreOffice, el fork que, ante el abandono de OpenOffice por parte de Oracle, lanzaban muchos de los viejos contribuyentes a este proyecto, bajo el paraguas de la recién fundada The Document Foundation. Está claro que lanzar un fork no garantiza el éxito, más bien es la casilla de salida de muchos proyectos. Y podría todo quedar ahí, pero Oracle tensó la cuerda obligando a los socios de OpenOffice a elegir entre un proyecto u otro… y la cuerda, parece, se le está rompiendo en forma de migración masiva de contribuyentes a LibreOffice. Váyanse marchando, dijo Oracle; así sea, respondieron todos como una única voz.
No a la marihuana, sí a más descomposición
Muchas espectativas se han depositado este último año en la legalización de la marihuana por parte de una California que necesita enfrentar sus problemas. Hasta muy al final, todas las encuestas daban al sí como claro vencedor. Este resultado era un duro golpe al narco que recibe de su comercio la mayor parte de sus ingresos. Pero no era sencillo de conseguir. En la mantención de la prohibición, los narcos tenían un aliado sorprendente: el estado de California y sus secuaces, funcionarios de todo tipo y condición. Curiosa joint venture entre narco y estado californiano, ya que este resultado sirve tan sólo para garantizar al primero los ingresos para combatir al segundo, cavando túneles si hace falta. Sorprendentemente, el Estado de California no legalizará la marihuana. Hay momentos en que la ausencia de una amplitud de miras suficiente impide tomar la decisión acertada; la descomposición social es, a menudo, causa de esta falta de visión panorámica. Pero ¿qué otra respuesta cabe si se responde desde la descomposición misma que alinea al Estado con el narco a uno y otro lado de la frontera? La legalización del comercio de maría por la frontera mexicana con los Estados Unidos es un escarceo entre las fuerzas que libran una de las grandes batallas de nuestro tiempo. Y por ahora hay un vencedor claro: no a la marihuana legal, aunque ese no a la marihuana equivalga a darle el sí a un narco que ve intactas sus aspiraciones. No a la marihuana, es verdad; pero sí, con tanta fuerza o mucha más, a la descomposición.