Estremecerse dirigiendo la vida propia

Son mayoría las personas que rigen su vida obedeciendo al falso principio según el cual montar tu propia empresa es arriesgado, mientras buscar un trabajo fijo en cualquier multinacional es una bendición, un paraíso de la seguridad.

Esta percepción obvia que todas las empresas pueden ir mal y que la principal diferencia es que si tú estás al volante, al menos puedes intentar no estrellarte. Si no pasas de ser un empleado más, todo lo que puedes hacer es encomendarte a los dioses-gerentes de forma pasiva. Pero la historia nos enseña que las empresas grandes también se la pegan total o parcialmente y reducen plantillas y/o salarios sin que los empleados puedan, en efecto, aportar otra visión: recoge tus mierdas y te vas.

No vale, por tanto, expresar el dilema en términos de seguridad. No existen las certezas y así debe ser si queremos una vida que nos haga feliz. Pero más aún, cuando encontramos certezas es a cambio de todo lo que aporta sabor a la vida, todo lo que permitirá moldear nuestro mundo para que sea ése en el que queremos vivir.

Pero si no podemos hablar de seguridad, todo lo que queda es el miedo. Siempre el miedo. No deberíamos extrañarnos, por lo tanto, de que las sociedades cuyos miembros tienen como máxima aspiración ser funcionario del sector público, y en ocasiones también del sector privado, sean crecientemente conservadoras y reaccionarias. Se rinden ante sus miedos, prefieren seguridad a libertad, no merecen ni una ni otra y, seguramente, acabarán perdiendo ambas.

Quizá por eso son emocionantes las iniciativas encaminadas a aplanar la pista de salida; el impacto será tremendo. Tomar las riendas de la vida propia es una decisión que exige coraje, y no todos recorrerán ese sendero blakeniano, pero esa sensación de necesitar poner toda nuestra atención para no caernos, como cuando descendemos en bicicleta un poco demasiado rápido, es estremecedora, genera oxitocinas, engancha y es tremendamente empoderadora.

Pensando estupideces, censurando al tuntún

El accidente nuclear en Fukushima como consecuencia del último terremoto/maremoto frente a las costas de Japón ha dado pie a una exagerada respuesta mediática. Más allá de toda discusión, lo que es una soberana estupidez es censurar los episodios de los Simpsons en los que se muestran accidentes nucleares, como acaban de anunciar que harán en Alemania. ¿Qué parte de «serie de ficción» no comprendieron? Censurar como mojigatos para acabar pidiendo la reapertura de ciertos debates en torno a lo nuclear con una lógica más bien cuestionable en el que lo único que cuenta es dar sensación de actividad, aunque sea el equivalente político de una verborrea incontenible.

Paul Baran ha muerto, larga vida a su legado

Paul Baran, que en 1964 ideó la estructura de comunicaciones de Arpanet que vendría a devenir nuestra Internet, con su neutralidad, y a revolucionar las topologías de la información y, por extensión, el mundo en que vivimos, falleció el pasado sábado a los 84 años de edad. Su legado, los mundos más libres que sus desarrollos hacen posibles, le sobreviven desde ya y la sencilla demostración nos la proporciona el hecho de que los indianos al completo nos enteremos de esto gracias a un post de Gonzalo en Madrid que nos lleva al New York Times y que nosotros estamos leyendo desde Montevideo.

I’m richer through all the things i rejected

Escribo este post en Santiago de Chile en pleno passagium, a miles de kilómetros del lugar donde me encontraba hace un año, a miles de años luz de aquel salón de grados en el que defendí mi tesis doctoral hace un año.

Una vida no puede cambiar más, mejorar más, en un año y ni siquiera sé cómo descodificar esta cicatriz que contemplo con la felicidad que uno contempla una herida de guerra ya cerrada.

Como dice el título, que no es sino una paráfrasis de una frase de una canción de Piano Magic de la que hablé en alguna ocasión, soy mucho más rico y todo va mucho mejor gracias a todo lo que rechacé.

Calimala

Arrepentimientos tengo varios, pero ninguno es tan importante que merezca mención. Viví varias vidas, de todas renací no como un Fénix mediocremente idéntico cada vez, sino más hábil y más sabio, con ojos de serpiente. La última reconstrucción, como una águila calimala más fuerte cada día, es con diferencia la mejor que he vivido. Tuve varias vidas, pero en ninguna como en ésta fui tan feliz.

Do it right

«Muchos árboles acababan cayendo fulminados por un rayo, o se desgajaban, abierto el suelo bajo sus pies. Y, sin embargo, ninguno vivía con la conciencia, o el miedo, de que algo así podía suceder.

Esa felicidad natural de vivir sin pensar que uno vive, esa fe inquebrantable y sin fisuras de esperar que el suelo no se esfume y que nuestras piernas nos van a sostener pase lo que pase me pareció el mayor regalo que el universo, al planificar su desarollo, podía otorgar a un ser vivo.»

Lola Beccaria, Mariposas en la nieve

Do it right. Always look at the right side of life. Aunque no lo entiendan, este post les priva de otros. Y esto sigue siendo mi blog.

No una entre un millón, sino un millón de únicas

No pocos planes públicos sobre los que vamos conociendo detalles y enfoques centran sus esfuerzos en «buscar» un tipo concreto de Startup con gran potencial, lo que denominan «Empresas de rápido crecimiento» con el objetivo de darles un trato preferente y permitirles florecer, dando como fruto (y sólo en casos excepcionales) unas decenas de empleos, pues se da por hecho que sólo una vez cada varios años emerje a nivel global un nuevo Google o un nuevo Yahoo! capaz de generar cientos o miles de empleos.

Resulta cuando menos contraintuitivo que si buscan empresas que crean empleo para provocar un cambio social consecuencia del empoderamiento de las personas se centren en «empresas de rápido crecimiento» que requieren una enorme inversión de capital por cada empleo creado. A menos que lo que se persiga sea la emergencia de una marca reconocible. Una marca que asociar a una comunidad imaginada, típicamente nacional. Apoyando a los proyectos de la base de la pirámide, con vocación artesana, es más improbable que surja esa marca global asociada a una nación, aunque las calles se vean más vivas que nunca y en ellas la nueva clase media anadee vestida con colores arrogantes por un sinfín de pequeños negocios que compitan entre si.

Al final resulta como si el sueño americano no fuera ése en el que un hombre se hace a si mismo, no basta con eso. El sueño americano es salir del Bronx y llegar a la planta 83 de un rascacielos en NYC. No se trata de salir del Bronx montando un puesto de perritos y a los 4 años tener una cadena de 15 que cubra media ciudad y cree 70 empleos y te dé una vida cómoda. Se trata de ser «triunfador» como en el cine, no como en la vida real y es posible que ese enfoque sea el que hace que muchos programas públicos se lastren empantanándose en la búsqueda de esa startup revolucionaria que sirva para que una cierta comunidad imaginada se contemple a si misma en una absurda representación en la que otra aplaude el éxito arrancado a las personas reales y atribuido a esta comunidad imaginada por la misma metonimia nacionalista que sirve para invisibilizar y minimizar a las personas.

Lo verdaderamente revolucionario es, al final, despojarse de ligaduras constrictoras que condicionen el enfoque de nuestros esfuerzos complicando la resolución del problema real, que no es otro que el de emancipar a las personas y las comunidades reales que componen, darles la autonomía y la capacidad de desarrollarse en el único terreno en el que podrán estar en igualdad: el mercado.

[Escribí este post originalmente en marzo de 2011, para la bitácora de El Arte de las Cosas.]

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