El cercamiento digital

«La ley encierra al hombre o la mujer
que los gansos del común han de sustraer
pero deja en libertad al ladrón
que roba las tierras comunes del ganso, sin perdón.

La ley exige que expiemos
culpas cuando lo que no es nuestro tomemos
pero no condona a damas y caballeros
que toman lo tuyo y lo mío, arteros.

Los pobres y los desahuciados no escapan
si, temerarios, la ley quebrantan
y eso está muy bien, mas hay que tolerar
a quienes conspiran para las leyes crear.

La ley encierra al hombre o la mujer
que los gansos del común han de sustraer
y los gansos toleran la falta de la tierra
hasta que alguno va y la recupera.»

– Anónimo, datado alrededor del S. XVIII(*)

El cercamiento es el nombre que recibe el movimiento naciedo en Reino Unido (y extendido a todas partes, también Andalucía o Cataluña), por el que a partir del S. XVII comenzaron a vallarse los campos de cultivo que hasta entonces eran de uso común. La excusa es que los campos en manos privadas producirían más comida para todos. «La gestión privada salvaría vidas». Al estar el campo en manos privadas se dificultaba el acceso a algo que, hasta entonces, había sido de uso común. Posteriormente se desmostró que los campos no producían más, sin embargo se favoreció la concentración de la tierra, la aparición de latifundistas y terratenientes. Durante el S. XVIII hubo muchas tensiones sociales por culpa de este asunto.

Por supuesto, no estaría ahora hablando de este poema si no estuviéramos en mitad de un nuevo cercamiento: el cercamiento digital. Un nuevo intento de poner vallas al campo y convertir en propiedad de unos pocos lo que antes era propiedad de todos o, más aún, ni siquiera era propiedad de nadie porque hay cosas que no se pueden poseer: nos referimos a las ideas y a las nuevas leyes de propiedad intelectual. Parece que no hemos avanzado nada en casi cuatrocientos años años, justo cuando Monsanto pretende convencer al mundo de que la concesión de un monopolio sobre el arroz transgénico salvará vidas, cuando es precisamente la conversión al monocultivo del arroz de Monsanto y sus enormes campos de cultivo lo que hace que en numerosas zonas de asia los niños estén malnutridos (pues se ha abandonado por el arroz el cultivo de otro tipo de vegetales que les aportaban vitaminas).

El enésimo intento por ampliar la cobertura de patentes al software y la medicina, de restricción de copia, de alargar la vida de los monopolios de explotación exclusivos de obras culturales y científicas. La reducción de lo que podemos hacer con las cosas que pagamos, la reducción del derecho a cita. Cercar, bloquear, limitar, sin que importe qué derechos de réplica, libertad de expresión e información se pierdan por el camino. Vallas, y más vallas, sobre algo que hace medio siglo nadie se habría cuestionado. ¿Compartir es malo? ¿Copiar una canción es como robar un coche?

Las leyes de propiedad intelectual no son un brindis al cielo para apoyar a unos cuantos artistillas que se hacen una foto en los escalones de Moncloa. Los artistillas se harán la foto gobierne quien gobierne porque de adular al gobierno (del signo que sea) le caerán favores. Las LPIs del mundo son parte de un todo más grande, y el que no quiera entenderlo que no lo entienda. Pero quizá mañana será tarde.

(*): «Prohibido pensar, propiedad privada» es un libro escrito al alimón por varios autores y que comienza con este poema eléctrico sobre «el cercamiento» (allí podrán encontrar también la versión original en inglés).

Jose Alcántara
Resolviendo problemas mediante ciencia, software y tecnología. Hice un doctorado especializado en desarrollo de hardware para análisis químico. Especialista en desarrollo agile de software. Más sobre Jose Alcántara.

2 comentarios

  1. Leyendo este post me he acordado de un breve cuento de Bertolt Brecht que ironizaba sobre el instinto natural de propiedad:

    «Tras oír a alguien, en una reunión, calificar de natural el instinto de propiedad, el señor K. contó la siguiente historia de un pueblo
    que siempre se ha dedicado a la pesca: «En la parte sur de Islandia vive un pueblo de pescadores que han dividido el mar que baña
    su costa mediante boyas firmemente ancladas y se han repartido las parcelas resultantes. Esos hombres están tremendamente
    apegados a sus campos marinos, que consideran de su exclusiva propiedad. Se sienten vinculados por lazos profundos a esos campos,
    a los que no renunciarían aunque en ellos no quedase un solo pez. Desprecian a los habitantes de los puertos próximos, a quienes
    venden su pesca, pues los consideran una raza superficial y totalmente alejada de la naturaleza. Se autocalifican de ‘fieles al agua‘.
    Cuando capturan peces de gran tamaño, los conservan en tinajas, les dan nombres y los convierten en objetos de su propiedad. Parece
    ser que desde hace algún tiempo les va mal económicamente, pero rechazan con resolución cualquier intento de reforma, hasta el
    punto de que han derribado ya varios gobiernos que intentaron violar sus costumbres. Estos pescadores constituyen una prueba
    irrefutable del poder del instinto de propiedad, al que el hombre está sometido por naturaleza».

    Espero no haberme excedido en el comentario.

    1. Un comentario con una historia del señor Keuner nunca es excesivo ;)

      A mí me encanta «si los tiburones fueran personas», lo tengo aquí en borrador y nunca le doy a «publicar» :P

      ¡Hasta luego!

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