La comisión antimonopolios de los Estados Unidos abre investigación contra Twitter, dando cobertura a la reclamación de muchos programadores que afirman que «Twitter no permite la competencia».
Aquí no somos partidarios de usar Twitter, por ser un servicio centralizador y por el tipo de conversaciones que puede (y sobre todo por las conversaciones a las que da origen basado en sus limitaciones) albergar. No obstante, cabe preguntarse: ¿tienen razón los que reclaman contra Twitter por monopolio?
En mi opinión, para que eso sea cierto, Twitter debería estar impidiendo la aparición de una competencia, una serie de servicios similares al margen de ellos mismos. Eso no está sucediendo.

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Ilustración: Jace, el escultor de mentes, por Jason Chan; que seguro embaucó a los programadores lamentablemente vapuleados por Twitter.]
Por contra, tenemos a una serie de programadores que el día que hicieron la evaluación de fortalezas y debilidades de su proyecto no dieron importancia (posiblemente hasta les pareció cool) al hecho de construir el mismo sobre la infraestructura de otro. Pues ahora ese otro, que hace una inversión enorme en infraestructura, la quiere amortizar. Y ¿alentar la aparición de un ecosistema en su entorno para luego canibalizarlo no es jugar sucio? Pues quizá, pero que nadie diga que no lo sabía y, en todo caso, la discusión es otra. Participas y contribuyes al negocio de otro, en sus máquinas, con sus servicios y sus APIs. Te generas a ti mismo una situación de dependencia frente a tu proveedor, que éste hace valer y rendir económicamente a su favor en cuanto puede… y entonces lo denuncias por monopolio. Qué morro, ¿no?
No deja de llamar mi atención la facilidad con la que en todas partes se tiende a reclamar por la fuerza el éxito (ya sea vital o empresarial) que los propios errores hacen inviable; la capacidad que tienen algunos para presentarse a sí mismos como víctimas de un fenómeno sobrenatural y malévolo cuando todo el daño se lo hicieron ellos mismos. Y esa peligrosa realidad parece ser una constante universal, pues se cumple desde los ángelitos «afectados por la hipoteca» (como si no la hubieran firmado por propia voluntad) a los pobrecitos «programadores oprimidos por los todopoderosos» (como si alguien les hubiera obligado a construir su negocio sobre la infraestructura de otro, con todas las debilidades que ello implica). Eso sí, luego la salida es común: que me den por la cara lo que no supe ganar y no me merezco. Cuánta cara dura.