Pagando con culpa la ineficacia generada por nuestra renta

La tentación más vieja del mundo es la de extraer una renta en un intercambio del tipo que sea, entendiendo la renta como un beneficio por encima de lo que nuestra oferta merece. En otras palabras, la tentación más vieja del mundo es la de cobrar tanto como se pueda por cada servicio o producto que comercializamos, entendiendo que para que nosotros ganemos más alguien tiene que salir perjudicado, en lugar de construir un marco en el que todos ganemos más. Actuar de esta forma, sin embargo, tiene consecuencias lo cual nos lleva, finalmente, al modo en que afrontamos estas consecuencias.

La lógica subyacente a los esquemas segmentados de precios en función del cliente (como los, muy criticados, utilizados por la industria farmaceútica) es la de fijarlos tan alto como el usuario esté dispuesto a pagar. Se trata de buscar una renta y es lícito buscarlas, pero ni lo vistamos de seda ni lo pintemos de buenrollismo. Es lo que es y no es nuevo, ¿acaso no es ésa la lógica detrás de los precios «con descuento» para menores de edad? Todos sabemos que no existe tal descuento, sino un recargo a los usuarios que pueden pagar más (típicamente, adultos en plena edad laboral, con mayor poder adquisitivo). Se ha intentado trasladar esta lógica a Internet, como hizo Amazon en el 2000 desatando un escándalo enorme, uno de los primeros ejemplos de lo delicado de cuidar una marca en Internet, que obligó a dar marcha atrás a esos planes.

Culpa, por Wouter van Haeren
[Ilustración: Culpa, por Wouter van Haeren.]

Más allá de ejemplos, es importante detenerse sobre el efecto último de luchar por obtener una renta desproporcionada. ¿Qué sucede cuando en lugar de centrarnos en ofrecer un servicio/producto óptimo comenzamos a endurecer las condiciones sobre la otra parte para ganar más haciendo menos? Sucede que no hay equilibrio, sino imposición. No puede decirse que haya un mercado eficaz, más bien al contrario. El comportamiento eficiente de una parte distorsionando el mercado a su favor conlleva una pérdida de eficacia para el sistema en general. Esta ineficacia conduce a una generación de riqueza inferior a la óptima (a menudo, alejadísima de la óptima), a un crecimiento general reducido y, en sus últimas consecuencias, a una menor creación de empleo.

Sin embargo, no faltan quienes agarrados a la bandera de la justicia social defienden actuar de esa forma, siempre que la víctima sea alguien con mucho dinero y dando igual si se trata de una macrocorporación o de un individual. Incluso dirán que eso es justo, blandiendo torpemente con la mano izquierda la espada, a riesgo de lastimarse a si mismos y a los demás. Al más puro estilo de Tim Harford en El economista camuflado, encontramos también quienes afirman que todo es una cuestión de percepciones.

Con frecuencia todo ello obedece a la necesidad de aligerar el alma propia. De ahí las constantes llamadas a la solidaridad en forma de intervención social: no se trata ya de compartir conocimiento, sino de pasar físicamente a la acción ayudando a los que lo necesitan, como una suerte de misioneros laicos que lavasen su conciencia asumiendo en precario las tareas de cohesión social propias de ese Estado que defienden también con la espada en la siniestra, pero de las que el Estado rehuye.

Y si todo lo anterior falla, siempre podremos echarle la culpa al universo, la mano invisible y a todos los demás. Afirmar con vehemencia que hicimos todo lo posible y aún así no pudimos tener más éxito ni crecer más, y valorar en su medida el que involucrando a demasiada gente los proyectos se vuelven ingobernables y que, en un mundo en el que hasta los brokers (esos emperadores de la información asimétrica) saben que cooperando reducen sus probabilidades de fracaso, nosotros renunciamos a políticas de escala. Para poder acunar el fracaso general entre falsos lamentos que nos den abrigo en la noche fría.

¡Fuera, fuera, demonios del victimismo!

«Sólo un tonto se humilla a si mismo, habiendo tantos hombres en el mundo dispuestos a encargarse de esa tarea.»

George R.R. Martin, en Choque de Reyes.

El segundo libro de Canción de Hielo y Fuego es una maravilla. Otro día hablaremos de la falsa modestia, no exenta de hipocresía, con que algunos enfocan la descripción de si mismos y que va a parar directamente al otro extremo al intentar que los otros admiren en nosotros una mediocridad (un objetivo ya de por si bastante lamentable, por cierto) que con frecuencia ni siquiera se creen aquellos que entonan el llanto lastimero sobre si mismos.

Sony, la PS3 y los sistema anticopia que vendrán

Hace unas semanas (a finales de 2010, anunciado en la CCC de Berlin) se rompió el candado de la PS3 (algo que mencionamos de pasada en unos bocados). Ahora Sony ha obtenido un éxito en la causa judicial que se inició contra los responsables de la publicación original del código que permitía desbloquear su videoconsola, y es que ha conseguido que el juez le otorgue acceso a los registros de visitas de Geohot (gracias, Iván), una de las páginas desde las que se difundió la clave. Sony pretende demostrar que hubo puesta a disposición pública y demandar a todo el que republique ese código. Sony sabe que lo que está roto está roto, pero usarán esta causa para amedrentar a quien sea que intente atacar el siguiente sistema anticopia que la compañía incluya en sus dispositivos. El sistema anticopia de la PS3 tardó más de cuatro años en caer y no creo que sea, como se dijo, un epic fail. Apuesto a que Sony intentará que el próximo les dure aún más. Asustar a los curiosos siempre es una buena táctica.

Eliminando el concepto de dominio público

Interesante el debate que se está teniendo en Estados Unidos acerca de si una obra en dominio público puede ser devuelta al ámbito de la restricción de copia.

Devolución

Interesante no por lo que nos puede aportar, que no hay nada que nos solucione más problemas que abogar por el dominio público, sino por lo que nos puede quitar. Interesante porque supone un cambio tan grande que nos da una medida de la enorme fuerza que acumula el sector basado en el copyright.

Y lo que un cambio de razonamiento tan dramático como éste nos arrebataría sería la idea misma de dominio público: si una obra en dominio público puede cambiar su estatus para volver a estar protegida contra copia y sometida al poseedor de los derechos, evidentemente no está en dominio público. El dominio público dejaría de existir justo cuando más lo necesitamos.

Sin duda alguna las presiones son grandes: la gran industria del entretenimiento depende de crear escasez para no abordar la necesaria reconversión a que Internet los empuja. Siguen intentando colar con calzador viejos modelos lavados de cara y sólo algunos actores intentan ofrecer algo más.

La restricción de copia trae más monopolios y más trabas para las personas. Al menos, eso sí, si estos grupos de fuerza se salen con la suya se ahorrarían ampliar el margen de restricción de copia cada vez que las películas de Disney amenazan pasar a dominio público. Ya no haría falta, tendrían copyright ad eternum. Y Paul McCartney sonreirá.

El objetivo parece ya a la vista: destruir el concepto mismo de dominio público, para que nadie pueda pensar en él. Para que nadie pueda soñar con extenderlo.

Dos enfoques a la libertad de prensa en la UE

Mucho se ha hablado en los últimos tiempos sobre los controvertidos plane del gobierno húngaro presidido por Viktor Orban de aprobar una ley que «destruiría la libertad de prensa». Se ha hablado tanto que las presiones de la Comisión Europea consiguió que Orban reculara en sus planes para alegría de los detractores de aquella ley. Pero luego está la adopción por parte del Estado francés de la Ley Loppsi 2, una revisión endurecida de la (ya muy dura) ley Sarkozy. Ésta prevé cerrar medios digitales sin control judicial. ¿Dónde están las protestas del europarlamento y la Comisión en el caso francés? Evidentemente, hay diferentes baremos a la hora de medir cómo se gestionan libertades, en función de cuánto poder se tiene.

WordPress, tipos de posts y versatilidad

Se ha publicado WordPress 3.1 y dicen que su mayor novedad es que ahora permite diferentes tipos de post, una función que casi podría hacerme feliz, si ellos mismos no explicaran que no se podrán añadir nuevos tipos. Aunque parece improbable un bloqueo efectivo, este planteamiento a lo Henry Ford nos lleva a pensar que no están pensando los blogs desde la abundancia, sino que se están limitando a copiar una función existente en un otros sistemas como Tumblr. Y mejor eso que nada pero, ¿tan difícil dejar a los usuarios de un software libre algo de mano suelta para elegir, toda vez que la función (diferentes tipos de post) se ha implementado? Conste que sigo en Drupal pero, si recuerdan, es el principal motivo de que yo no migrase a WordPress hace un tiempito.

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