Botellón, libertades y la cocina de la rana

Como muchos saben, pasé el estío en centroeuropa, en Suiza. Allí estuve hasta octubre descubriendo algunas cosas llamativas sobre aquel país, unas buenas y otras malas. Hasta ahí nada raro.

Alguna de las que me llamó la atención tenían que ver con el botellón. Resulta que los Suizos pueden hacer botellón por ahí en mitad de cualquier parte, y ejercen su libertad de hacer botellón en macroorgías que montan en cualquier parte (al más puro estilo ibérico de antes de la prohibición). Le dediqué un post hace un tiempo a ese punto concreto. Me llamó la atención que en Suiza, un Estado que todos creemos muy vigilado y donde todo está prohibido (en muchos casos, creencia muy justificada) se pueda beber así en cualquier parte.

Botellón en Cáceres, por Yoann Grange
Botellón, por Yoann Grange

Aquí eso no es ya posible: lo prohibieron entre todos y entre todos lo permitimos. Nos robaron esa libertad. En su día hablé con tristeza de cómo nos arrebataron ese derecho y con él nos quitaron la posibilidad de usar la calle para beneficio propio. (La ciudad nos pertenecía, Disciplina municipal y botellón). El derecho a beber, que diría mi amigo Andrés.[1]

Tras la prohibición y para acallar las críticas, el ayuntamiento propuso una alternativa. La alternativa consistía en enviar a las miles de personas a la carretera, cortar el tráfico de una de las avenidas más céntricas de la ciudad, junto al puerto, y dejarlos a todos allí bien envueltos en policía. Todas las noches de jueves a sábado. Cuando volví de Suiza supe que la alternativa del ayuntamiento al botellón espontáneo había sufrido recortes. Aprovechando el bajón veraniego (playa, costa, menos estudiantes) el ayuntamiento argumentó que los jueves no había bastante gente y cortar el tráfico no valía la pena. Consecuencia: ya sólo queda botellón permitido dos días de los tres iniciales, porque no crean que el ayuntamiento dijo «como sois pocos, el jueves podéis iros a vuestra plaza preferida porque ya no molestáis»; no, no, no. Prohibición y disciplina. El fin no es evitar las molestias (malamente sería ése si la solución es cortar el tráfico) sino fomentar el botellón auspiciado por el ayuntamiento: terrazas que abren hasta las tantas con los precios mucho más altos. Adicionalmente, también durante el verano se recortó en 30 minutos el horario máximo de apertura de los bares, antes fijado a las 4 de la mañana. Ahora sólo los sábados pueden estar hasta esa hora, el resto de días se acaba a las 3:30.

La lógica del proceso está clara: hacer pequeños recortes de libertades (la libertad de beber, la libertad de ir al bar; la libertad de decidir cómo te vas a divertir sin hacer daño a nadie) tan pequeños que no merezca la pena una movilización por ellos, pero lo suficientemente significativos para que la mera acumulación de estos cambios sea capaz de modificar nuestros hábitos. En el largo plazo: la acumulación de pequeños recortes equivalen a una limitación de lo que podemos hacer que se ha introducido a base de reformas de bajo calado.

Este finde Maki comentaba la anécdota de la cocción de la rana, y yo le dije que la conocí hace relativamente poco, en el blog de Acalpixca. Hace unos días, leí en coSSitas que tal y como está redactada la ley, beber agua es una falta leve y te pueden multar, siempre que seáis más de dos (si tienes sed, aléjate del grupo y bebe solo para que no te puedan multar por hacer botellón con Lanjarón). Mientras me documentaba de referencias a este hecho he visto que Sergio también ha hablado de ello con una queja muy del palo de la que yo quiero expresar: hace falta reclamar el derecho a disfrutar de nuestras ciudades como mejor nos venga en gana. Es urgente.

De lo contrario, la ciudad no es más que un mero supermercado, un parque temático en el que nuestras vidas no son más que el atrezzo de un producto confeccionado a la medida del turista. El desastre de la Barcelona cool del Forum, pero en todas partes (qué horror).

Hay quien dice que la calle es de todos. Error. La calle, como todas las cosas, es del que la pelea. Si no peleas para conseguir que la calle siga siendo tuya, nunca lo será. El ocio es un producto, el tiempo de ocio también. En tanto producto a la venta, paga impuestos (más cuanto más negocio haya) y el estado va a favorecer siempre la mercantilización del ocio frente a la libertad de uso (lo hace en todos los frentes, como en los asuntos de restricción de copia). La calle no es de todos porque nos la quitan cada día, no lo será hasta que la reclamemos.

Me pregunto hasta qué punto tenemos, en este asunto, las patas ya templaditas y cocidas, como la rana a la que cocinamos lentamente. Pienso en los niños que veo en mi entorno (más aún en los más pequeños) y me pregunto dónde jugarán, ¿qué formas de diversión limitada, bajo control institucional y aprobadas por el ayuntamiento, tendrán como consuelo ante tanta estupidez de la que los responsables somos nosotros y no ellos?

*** Relacionado:
La desaparición del estado del bienestar.

Aquí una nota al pie que puse antes:
[1]; El derecho a beber es un cuento corto de Andrés Lomeña inspirado en El derecho a leer (R. Stallman) que Andrés Lomeña publicó en su primer libro, Empacho Intelectual.

Jose Alcántara
Resolviendo problemas mediante ciencia, software y tecnología. Hice un doctorado especializado en desarrollo de hardware para análisis químico. Especialista en desarrollo agile de software. Más sobre Jose Alcántara.

5 comentarios

  1. Te he leído mientras el telediario comentaba la multa a un sevillano por beber «Coca cola». En Barcelona, yo tuve que beber cerveza de pie porque estaba multado sentarse (si bebes de pie, tranquilo, pero si bebes sentado es botellón).

    Realmente deberíamos hacer algo. Quizás nos faltan soluciones imaginativas. A modo de coña, habría que organizar una macromerienda, pues comer no está prohibido, aunque beber sí. Esperemos que no muera nadie por ingestión de bolo alimenticio.

    El futuro del botellón en Málaga es bien conocido. Se extinguirá, a menos que se haga algo. Si ese día llega, estoy tentado de hablar como Alan Moore cuando gobernaba Thatcher: «No quiero que mis hijos crezcan en una ciudad así». El problema será adónde ir, porque otras ciudades no son mejores en este aspecto.

    Ah, muchísimas gracias por la mención. Sólo añadir que el libro puede leerse íntegro aquí. Vamos, que no hay que para por él. Prósperos días.

    1. > Si ese día llega, estoy tentado de hablar como Alan Moore cuando gobernaba Thatcher: «No quiero que mis hijos crezcan en una ciudad así». El problema será adónde ir, porque otras ciudades no son mejores en este aspecto.

      Yo también estoy tentado. El problema es que entonces «los gilipollas ganan», como en la escena del banco de Lilja 4-ever (Lukas Moodysson)… ¿la viste?

      PD. No sabía que estaba en Lulú! :)

      1. Lilja 4-ever me pareció una gran peli, aunque no recuerdo esa escena. Tengo en la memoria una canción muy guapa cuyo vocal se acerca al dead metal (¿puede ser?), una historia de fantasías-escapistas que termina bastante mal (un final un poco parecido a Camino, estrenada no hace mucho) y una trama durísima que sucede en la realidad (las redes de prostitución, etc). De Moodysson también me gustó Together, pero mi preferida es sin duda Fucking Amal, que es la que me llevó a las otras. Luego hizo una muy rara (como porno amateur) que no me gustó nada.

        Esto venía por lo de «los gilipollas ganan». Realmente da coraje, mucho coraje. Al menos ni tú ni yo nos cansaremos de repetir una y otra vez que «cualquier espacio (público o privado)» está impregnado de política, y que las medidas tomadas no defienden nuestra salud ni el bienestar, sino más bien el control y la explotación de los espacios urbanos.

        PS = Cuando tenga tu libro te lo haré saber. Siento la tardanza, pero estoy en Barcelona y no sé muy bien si esperar a comprarlo o hacer una pequeña donación (al fin y al cabo, el libro ya lo leí hace un tiempo y para mí tiene más importancia el pagar unas cervezas por el esfuerzo empleado que el fetichismo de tenerlo en papel).

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